ESTO TIENES QUE LEER, ES PARA TI
ESTO TIENES
QUE LEER, ES PARA TI
En las palabras de David, en el Salmo 32, versículos 3 y 5, encontramos alivio, perdón y sanidad, cuando confesamos a Dios nuestros pecados. David dice: “Mientras callé (el grave pecado que había cometido), se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día... Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado”.
Vemos que la confesión va dirigida al Señor, nuestro Dios. David dice: “Confesaré... a Jehová”. Pero, también él dice que, cuando calló “envejecieron sus huesos.” En otras palabras: “las fuerzas se fueron acabando de tanto llorar,” porque había callado delante de Jehová.
¿Qué significa callar? Uno se pregunta: ¿Cómo puede alguien callar delante del Señor, que todo lo ve, y que todo lo escucha? Ese callar significa guardar silencio y no confesar mi pecado. Como David dice, tratar de ocultarse y mantenerse alejado de Dios con la conciencia cargada de acusación, hasta que esos sentimientos de culpa se cauterizaron.
La palabra “callar” también se puede aplicar a la gente que no quiere creer en Dios, o a la persona incorregible y terca. Todo el mundo anda “callado”, guardando en silencio sus pecados. No reconocen que son pecadores, por eso no pueden confesarlas debidamente y están lejos de Dios sin bendición.
Hablando del hijo pródigo como ejemplo, vemos que vino una terrible hambruna en la tierra a donde fue a vivir, en su necesidad y sufrimiento aprendió a pensar en la casa de su padre y en el grave pecado que había cometido al abandonar e irse a malgastar los bienes de su herencia. Sólo entonces, decidió volver: “Me levantaré, e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; ¡hazme como a uno de tus jornaleros!” (Lucas 15:14-19).
El hijo pródigo no mencionó ningún pecado en particular, Sólo se preparó lo que iba a decir a su padre: “He pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.” No dijo: Esta o aquella transgresión mía merece tu repudio, sino: “Yo, toda mi persona ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.”
¿Qué podemos aprender de esto? No es verdadero arrepentimiento cuando una persona reconoce y confiesa solamente uno u otro pecado puntual, mientras todavía cree poseer muchas cualidades buenas, con las que está satisfecha. Debe sentirse con todo su ser, enteramente culpable y condenable.
Además, otro ejemplo que podemos aprender del hijo pródigo, él no permaneció en la tierra extraña donde estaba, sino que emprendió efectivamente el camino de vuelta a su casa. Para nosotros también, si decidimos volver a nuestro hogar y a nuestro Padre Celestial, tenemos que dejar todo lo que nos estaba haciendo daño. Sería una falsa confesión de pecados, si nuestra intención es seguir en el mismo lugar de sufrimiento.
Notemos que el hijo pródigo también dijo: “Hazme como a uno de tus jornaleros”. Con esa expresión, parece que seguía con su autosuficiencia e incredulidad. Tal vez dudaba en la bondad o gracia de su padre.
Pensaba que no podría recuperar todos los derechos de un hijo; creía que primero tendría que ganarse ese derecho trabajando como un jornalero para su padre. Aquí viene el drama del ser humano, querer hacer algo por él mismo para salvarse (Obras humanas). ¿Qué cosa buena puede hacer para salvarse? ¡Nada! ¡Jesucristo hizo una obra completa! (Juan 19:30; Efesios 2:8).
Aquí viene el mensaje más hermoso para ti y para mí. El evangelio dice: “Y cuando (el hijo) aún estaba lejos (cuando aún no había tenido el tiempo de pronunciar siquiera una sola oración, de derramar siquiera una sola lágrima, de brindar siquiera el mínimo servicio), su padre lo vió, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y lo besó” (v.20).
¡Qué perdón más puro y divino! ¿Acaso el padre no tenía toda la razón del mundo para decirle a ese hijo perdido: “¡Vete de aquí, hijo ingrato y malvado! ¡Has malgastado tu herencia y has perdido tu derecho a llamarte mi hijo!”? Eso merecía, por malgastar y hacer sufrir a su padre. ¡Pero no fue así! ¡No pronunció ni una sola palabra de reproche por los pecados del hijo! ¡No ha tenido ni una sola palabra de reclamo o exigencia de devolución por los bienes desperdiciados!
Al contrario: Inmediatamente dispone que le pongan la mejor ropa, un anillo, calzados y que hagan una fiesta de regocijo por su retorno. Así es como el propio Señor Jesucristo describe el amor y perdón de Dios. Quiere que conozcamos y apreciemos de esta manera al Padre celestial; así lo representa con un amor incondicional y un corazón perdonador. Aun mientras el hijo pródigo estaba lejos y pecando de la manera más grosera, esperaba su regreso. No es que el retorno del hijo recién produjo la reconciliación en el corazón del padre. Ya estaba lleno de amor por su hijo esperando que vuelva.
Para terminar este mensaje, apreciado lector: Jesucristo te espera con brazos abiertos, para abrazarte, Él está tocando la puerta de tu corazón (Apocalipsis 3:20), Él entrará a tu vida y a tu hogar para llenar de paz. Recibirás Su gracia, perdón y la adopción de hijo, serás nueva persona: “Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo.” (2 Corintios 5:17 DHH). Amén.
Comentarios
Publicar un comentario