EL PODER SANADOR DEL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN EN LA FAMILIA
EL PODER SANADOR DEL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN EN LA FAMILIA
¡Qué fácil es dañarnos y hacernos enemigos! y ¡Qué difícil es reconciliarse! En este momento quisiera preguntarle: ¿Vives mal con tu propia familian? ¿No sabes cómo reconciliarte? ¿Tienes heridas que no te dejan reconciliarte?... Entonces vamos a identificar a los enemigos que no nos dejan reconciliarnos.
Desde que los primeros hombres cayeron en pecado, es tan difícil el perdón en los seres humanos…
Dios les buscó a Adán y Eva y les preguntó, el por qué lo hicieron, la respuesta fue echarse la culpa entre ellos; desde ese momento comenzó la odisea del ser humano, el sufrimiento por falta de perdón. (Génesis Cap. 3). Ninguno quiere ceder, cada cual tiene su propia razón. ¿No te parece que estamos reproduciendo el mismo patrón?
Para volver al diseño original de Dios, necesitamos encontrarnos con la persona que nos vino a rescatar (Jesucristo), quien trajo nuevamente el bendito perdón que procede de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…” (Lucas 23:34)
En todo esto, la alegría es que, la humanidad caída puede nuevamente levantar la cabeza y disfrutar de la vida en la buena relación con la familia. En Salmos 133:1-3, en Traducción Latinoamericano, dice: “¡No hay nada más bello ni más agradable que ver a los hermanos vivir juntos y en armonía!... A quienes viven así, Dios los bendice con una larga vida.”
Hoy en día vemos con mucho dolor, que se ha hecho normal vivir en constantes rencillas y actuar con prepotencia. El orgullo de: “A mi me respetan o me hago respetar,” es fuerte. Si hay alguna discusión, inmediatamente vienen palabras, como esta: “Me las va a pagar.”
Estas rencillas se encuentran en la propia familia. Por ejemplo, guerras de hermanos contra hermanos sin hablar por años; padres e hijos en demandas; esposos separados en el mismo seno familiar, como verdaderos vecinos en la misma casa.
Como hemos dicho, desde la caída al pecado de los primeros hombres, comenzó el orgullo (el YO poderoso). Es habitual escuchar en nuestra sociedad: “Yo tengo razón”. “Yo sé más que él”. “Yo merezco respeto”. etc.
En el Antiguo testamento encontramos infinidad de ejemplos, de peleas en la propia familia. Por ejemplo, en Miqueas 7:6 dice: “Porque el hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre son los de su casa.”
Verdaderamente viendo el trasfondo histórico del ser humano, podemos darnos cuenta que siempre en la familia de una u otra forma ha habido peleas, en algunos casos muy serios.
Si leemos la historia de los primeros hombres, vemos que en la familia de Adán y Eva, hubo conflictos muy penosos, a tal grado que Caín llegó a los extremos con su hermano Abel (Génesis 4:3-8)
Podemos ver también los conflictos que hubieron en la familia de Isaac, por causa de sus hijos Jacob y Esaú; ya que Jacob tomó con engaños la bendición que era para su hermano Esaú (Génesis 27:41-43)
Y también podemos ver los conflictos que hubieron en la familia de Jacob a causa de la envidia que los hermanos de José sentían en contra de él (Génesis 37:3-5)
Entonces los conflictos, los pleitos, los resentimientos, no son algo ajeno a las familias que forman parte del Reino de Dios, siempre van a ver conflictos, siempre habrá pleitos, pero el Señor nos hace un llamado como a familias cristianas, y ese llamado es buscar la reconciliación, hacer lo posible para vivir en paz con aquellos con los cuales hemos tenido conflictos, como dice en Romanos 12:18.
Aún cuando queremos hacer algo para Dios en la iglesia, es necesario primero reconciliarnos con nuestro hermano. En Mateo 5:23-24, dice: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.”
Las mayores bendiciones de una familia cristiana es poder vivir en armonía, como hemos leído en Salmo 133:1-3. Y para poder vivir en armonía, necesitamos reconciliarnos.
A continuación, reflexionaremos cuáles son los enemigos de la reconciliación en la familia:
primer enemigo: la falta de comunicación honesta y sincera. En Génesis 21:25.27, dice: “Y Abraham reconvino a Abimelec a causa de un pozo de agua, que los siervos de Abimelec le habían quitado. Y respondió Abimelec: No sé quién haya hecho esto, ni tampoco tú me lo hiciste saber, ni yo lo he oído hasta hoy. Y tomó Abraham ovejas y vacas, y dio a Abimelec; e hicieron ambos pacto.”
Podemos ver en este texto que Abraham tenía conflicto, estaba molesto con Abimelec por causa de un pozo de agua, pero Abimelec no estaba enterado del conflicto ni de la molestia de Abraham. Si nos damos cuenta, aunque no hubo buena comunicación en este asunto, han solucionado porque Abraham tenía a Dios en su corazón, por lo cual era más fácil la solución.
Lastimosamente muchas veces pasa lo mismo en nuestra familia, estamos molestos por algo, y eso nos hace alejarnos, eso nos hace distanciarnos de nuestra familia, aunque muchas veces pareciera que no se han dado cuenta y no hemos tenido la sinceridad de expresar el porqué de nuestra molestia. Sencillamente porque no hay valor ni fuerza para comunicarnos.
Es por eso que es de vital importancia tener a Cristo en nuestro corazón, que Él llene toda nuestra vida, para que la comunicación pueda ser fluida y más fácil. Esto nos ayudará a expresarnos con sinceridad y con respeto lo que nos molesta o lo que nos daña.
Segundo enemigo: la falta de perdón. En Amós 1:11, dice: “Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Edom, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque persiguió a espada a su hermano, y violó todo afecto natural; y en su furor le ha robado siempre, y perpetuamente ha guardado el rencor.”
La falta de perdón o negarnos a perdonar significa tener el corazón lleno de amargura y resentimiento. Con razón, en el “Padre Nuestro”, dice: perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. (Lucas 11:2-4).
Y tenemos que comprender que perdonar es el primer paso para la reconciliación y la palabra de Dios nos enseña que el perdón es algo que, como cristianos debemos dar y mantener INCONDICIONALMENTE, tomando en cuenta como ejemplo a nuestro amado Salvador.
Por eso el Apóstol Pablo al escribir a la iglesia de Colosas, dijo: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” (Colosenses 3:13)
No hay verdadera reconciliación con un corazón lleno de rencor, no hay verdadera reconciliación si no hay perdón. “Cuando se perdona una falta, el amor florece, pero mantenerla presente separa a los amigos íntimos.” (Proverbios 17:9 NTV).
Tercer enemigo: Él orgullo y la terquedad. En Jeremías 7:24 NTV, dice: “Pero mi pueblo no quiso escucharme. Continuaron haciendo lo que querían, siguiendo los tercos deseos de su malvado corazón. Retrocedieron en vez de ir hacia adelante.”
Lastimosamente esa es la herencia que hemos adquirido de Adán y Eva. El orgullo y la terquedad, siempre nos caracteriza a los seres humanos y nos han metido en serios problemas. Lamentablemente esta actitud, nos estanca y nos hace retroceder al pasado, en vez de avanzar, seguimos en el mismo lugar.
También, nos quita la bendición de Dios y el disfrutar de la vida. En muchas familias, en muchos matrimonios, lo que no nos permite reconciliarnos, es nuestra falta de humildad.
Posiblemente estas orando por la reconciliación en tu matrimonio o estás orando para poder reconciliarte con tu hermano o hermana; pero, tienes que comprender algo muy importante: para reconciliarte no basta las buenas intenciones; sino, tienes que actuar ahora mismo e ir a los pies de Jesucristo.
Solo Él nos va a permitir gozar de ese perdón genuino. (Mateo 11:28)... Ahora ve y busca a esa persona con quien estabas enojado, pero ve y reconcíliate, comenzando con tu cónyuge, hijos, hermanos y amigos. Así estarás en paz y en cualquier momento que el Señor nos llame, nos iremos en paz. Amén.
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