¡LO QUE TU QUIERES, YO QUIERO!

 ¡LO QUE TU QUIERES, YO QUIERO!


En Wikipedia, al poner en el buscador la frase- la persona que no hace la voluntad de Dios, dice:“El que no hace la voluntad de Dios, se asemeja a aquel que va probando una a una las llaves pudiendo morir de hambre o sed en su intento.”


Cuántas veces al decir sinceramente: “Señor, quiero lo que Tú quieras”, estamos diciendo que se haga Su voluntad y el resultado es que queda abierto el camino de la libertad y alegría en Jesucristo, porque contamos con la presencia y aprobación de Dios en nuestras vidas, como Él quiere. 


Entonces, con confianza podemos decir al Señor: “Misericordioso Señor, lo que Tú quieras lo quiero yo también”. Así que, de lo que se trata es de llegar a identificarnos por completo, con la voluntad de Dios y eso se convierte en costumbre buena en nuestro diario vivir,  como parte de nuestra vida.


Hacer la voluntad de Dios, es ponernos en sus manos. Como el barro en las manos del Alfarero. Como dice en Jeremías 18:1-6: “Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano.”  

Nosotros como cristianos dedicados a vivir junto a nuestro Señor Jesucristo, tenemos a Dios como el Eterno Alfarero… El barro no puede decirle nada al alfarero y no tiene voluntad propia, el barro sólo está ahí. La mejor posición que puede tener es estar a disposición del alfarero en su mesa de trabajo. 


Es un cuadro maravilloso de la voluntad de Dios sobre nosotros, una voluntad que es en primer término soberana. No hay forma de que el barro pueda salir huyendo de las manos del alfarero, no hay forma cómo puede el barro salirse de la rueda e irse a otro lado.


El salmista David, dice: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.” (Salmos 143:10) y en el Nuevo Testamento, en la oración que Jesucristo nos ha enseñado, dice: “... ¡Hágase tu voluntad!...” (Lucas 11:2).


Esta petición demanda un corazón totalmente enamorado de Dios, un corazón realmente dedicado a agradar a Dios. Requiere el corazón de un hijo bueno, que no insiste en complacer su propia voluntad, sino que únicamente desea lo que quiere su padre. 


Toda persona ama su propia voluntad y quiere hacer lo que quiere. Es tan difícil para el ser humano aceptar hacer la voluntad de Dios. Por eso cabe preguntarnos: ¿Cómo puede obtener alguien tal corazón, que ame la voluntad de Dios? 


Aunque nos atormentáramos hasta la muerte por querer obtenerlo por nosotros mismos, jamás lo lograríamos. Dios ha solucionado para nuestro bien, Él mismo ha provisto la solución por medio de su hijo Jesucristo. En Jesucristo somos más que vencedores, dice la palabra de Dios… Entonces Él es nuestra fuerza: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:13 RVR1960); y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación.” (Colosenses 1:11 NVI).


Cuando el amor de Dios es derramado en nuestra alma, entonces este amor y gozo de Dios se torna más precioso que cualquier otra cosa que podría pensar o desear. Entonces, la primera pregunta que surge en ese corazón regenerado es: “Amado Salvador, santo Cordero de Dios, que me has redimido: ¿Qué puedo hacer para complacerte? ¡Solo quiero hacer Tú voluntad piadoso Dios!” Esa alma conoce la justa voluntad del Padre.


Uno que tiene el amor de Dios (a Jesucristo mismo en su corazón), dice con toda sinceridad: “Oh Dios: domina Tú mi perversa voluntad. Yo mismo no puedo dominarla como quisiera y debiera hacerlo, pero Tú sí puedes…” Y orando así contra nuestra propia naturaleza carnal, oramos por la voluntad de Dios y nuestra victoria es asegurada.


Al respecto, Rosenius, dice: “Querido lector: Por favor detente un momento en la presencia de Dios, se consciente de que sus ojos ven aun los pensamientos y las intenciones del corazón. ¿Cuál es tu situación? Tú te conoces bien y sabes perfectamente si tienes la costumbre de pedir, suspirar y orar peticiones como esta: “¡Señor Dios, muéstrame tu voluntad, y ayúdame a hacerla!” Pues es imposible que el Espíritu Santo more en un alma sin promover tales deseos.”


Entonces hacer la voluntad de Dios, es ponernos en Sus manos, como el “barro” en las manos del Alfarero… Por tanto, queda claro que tenemos una gran tarea en la vida cristiana: Dejarnos moldear en las manos de nuestro “Alfarero” (Jesucristo), para que Él nos transforme como Él quiere.


Necesitamos nuevos corazones y nuevas mentes. Eso se hará realidad, solo por las obras perfectas de Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. De esa manera se harán vidas agradables a Dios, por medio de Jesucristo, transformado en un árbol bueno, que da fruto a su tiempo (Mateo 12:33). 


Entreguémonos a esa realidad… Sumerjamonos en la Palabra escrita de Dios; llenemos nuestras mentes con la bendita palabra de Dios, para que haya renovación de nuestra mente y corazón: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto.” (Romanos 12:2). 


Todos buscamos nuestro lugar, estar a gusto. Dios tiene un plan para cada uno: Encontrar la misión, el Plan de Dios, vale la pena; por que una vez que uno se da cuenta de que eso es exactamente lo que da sentido a nuestra vida, pues para “eso” hemos sido creados, entonces ya nunca más seremos lo mismo. Es una historia de amor, en la que uno que se da, en realidad lo recibe todo. 



Bendito sea Dios, quien tiene grandes planes para nosotros; aunque a veces estos planes pueden ser obstaculizados. Pero Dios tiene el poder de restaurar, en cualquier momento de nuestra vida, Dios interviene con su poder sanador: levantando y  restaurando.


Vamos a leer los siguientes textos de la palabra de Dios:


“Ya he visto el camino que siguen, pero a pesar de eso los sanaré y los consolaré; a ellos y a los que lloran los dirigiré.” (Isaías 57:18).


“Por eso, así ha dicho el Señor: Si te vuelves a mí, yo te restauraré, y tú estarás delante de mí. Si entresacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. ¡Haz que ellos se vuelvan a ti, pero tú no te vuelvas a ellos!” (Jeremías 15:19).


“Aunque te han llamado ‘la despreciada’, y aunque dicen: ‘Ésta es Sión, de la que nadie se acuerda’, yo te devolveré la salud y sanaré tus heridas.” (Jeremías 30:17). 


“Yo sanaré su rebelión. Los amaré de pura gracia, porque mi ira se ha apartado de ellos.” (Oseas 14:4).


¡Vuelvan, pues, a la fortaleza, prisioneros de esperanza! En este preciso día yo les hago saber que les devolveré el doble de lo que perdieron (Zac 9:12). 


Leyendo los textos anteriores, seguramente estás diciendo: “¿Cómo no voy a amarle y hacer la voluntad de Dios?” ¡Así es hermano, no nos cansaremos de agradecerle y estaremos prestos a hacer Su voluntad! ¡Alabado sea Dios Todopoderoso! Amén



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