LA HUMILDAD: UNA VIRTUD QUE CULTIVAR EN LA JUVENTUD
LA HUMILDAD: UNA VIRTUD QUE CULTIVAR EN LA JUVENTUD
Estimados hermanos en Cristo, en esta ocasión tengo el gusto de presentarles a un joven cristiano, dedicado y entregado a la obra de Dios: Orlando Mamani. Él tomó la decisión de servir al Señor… Hoy nos comparte buenos consejos, especialmente para los jóvenes:
“Ahora pues, Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy un joven, y no sé cómo entrar ni salir” 1R. 3:7
Se dice acertadamente que hay dos cosas muy raras en el mundo: una es un joven humilde, y la otra es un anciano que siente contentamiento.
En este breve artículo pretendo abordar el tema de la humildad. Sé que no soy la persona más adecuada para escribir sobre este asunto, sin embargo, puedo arrojar algunas cuantas buenas ideas sobre este tema, con las experiencias y conocimientos que tengo, a fin de que haya mayor claridad sobre el mismo.
Algunos versículos que se encuentran en el pasaje de 1 R.3:3-15 nos servirá como base para tratar sobre el tema de la humildad, pero pondré mayor énfasis en el versículo 7b.
Ahora bien, en el capítulo 3 de este libro podemos ver cómo Salomón quien es el hijo de David, amaba y andaba en los estatutos de su padre, además de hacer lo correcto respecto al culto y sacrificios que se le debía hacer a Jehová (vv. 3-4); y Dios al ver todo ello se le apareció (v.5), diciéndole que le pida algo, antes de proferir la petición, Salomón dibujó una remembranza benévola y loable de su padre (David, v.6) para con Dios, fue entonces cuando expresó las siguientes palabras: “Ahora pues, Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy un joven, y no sé cómo entrar ni salir” 1R. 3:7. De este versículo podemos al menos extraer tres cosas que son importantes considerar:
1ro. Que Salomón expresa su familiaridad y pertenencia para con Dios (v.7a).
2do. Que está seguro que solamente Jehová es quien se encarga de poner reyes sobre su pueblo (v.7a).
3ro. Que el hijo de David, reconoce su incapacidad para hacer las cosas por sí mismo; muestra su inexperiencia, ingenuidad, docilidad, es decir, se compara con un infante delante de Dios (v.7b).
En la antigüedad el orgullo, la soberbia, la vanagloria eran asuntos tan comunes y frecuentes como lo son hoy en día. Veamos por ejemplo la vida de Absalón, quien era uno de los hijos de David: “Y decía Absalón: ¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia!” (2 S.15:4). ¡Qué actitud tan diferente comparada con la de su hermano Salomón! …soy joven, y no sé cómo entrar ni salir (1 R.3:7b).
El orgullo sin duda es el pecado más antiguo. Por él, Luzbel, quien era el ángel más poderoso y precioso que Dios hizo, se rebeló contra su Hacedor, ya que no se sentía conforme con su posición. Fue el orgullo el causante de que Adán y Eva comiesen el fruto prohibido en el Huerto del Edén, dado que querían ser semejantes a Dios. Es el orgullo una de las causas principales por la que Sodoma y Gomorra fueron borradas de la faz de la tierra. Es la soberbia la que puso en declive el reinado de Saúl, y continúa la retahíla de ejemplos sobre este tema a lo largo de toda la Biblia.
Mi intención en esta oportunidad es desarrollar el tema de la humildad bajo tres encabezados, que considero pertinentes y que surgen en específico del versículo 7 del capítulo 3, del primer libro de los Reyes. Además es necesario tratar sobre este tema puesto que en la actualidad parece haber sido relegado a un segundo plano en las conversaciones del día a día en el pueblo de Dios, y esto no solamente en los jóvenes sino también en los adultos.
I. Para ser humildes debemos ser conscientes de nuestra filiación y pertenencia para con Dios.
“Ahora pues, Jehová Dios mío…” (1R. 3:7a).
Desde el momento que cada creyente toma consciencia del cambio efectuado por el Espíritu Santo por medio de la predicación del evangelio, éste puede advertir que ahora tiene una nueva familia y un nuevo dueño, o sea, sabe quién es y a quién pertenece. Es en tal situación que el creyente experimenta dos sensaciones, la pequeñez y la grandeza. Experimenta la grandeza debido a que ahora forma parte de la familia de Dios, y ello le resulta increíble y sublime (1Jn. 3:1), y la pequeñez por otro lado, porque se da cuenta de la indignidad, miseria, que halla en sí mismo; ve su pecado y corrupción ante un Dios tres veces santo (Is. 6:5). Se puede decir que existe un doble efecto que parece paradójico mas no lo es.
Como dije anteriormente, el creyente se siente muy privilegiado y favorecido por formar parte de la familia de Dios, y por otro lado, advierte su indignidad y miseria, ya que no se siente merecedor de un título y posición tan nobles y elevadas, y esto a su vez, como consecuencia de una compresión clara, el creyente reconoce que saber todo ello necesariamente le debe conducir a la humildad, por ser beneficiario de tan grande amor dispensado por Dios para con él, además que el Señor nos dice: “Vestíos, pues... de humildad…” (Col. 3:12), y el hijo de Dios andará gustosamente como a su Padre y Señor le agrada.
II. Para ser humildes debemos reconocer que todo procede de Dios; tenemos que confiar y descansar en la soberanía y providencia de Dios.
“…Tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre…” (1R. 3:7a)
Salomón reconoció que solamente Jehová es quien se encarga de designar reyes sobre su pueblo, de la misma manera el creyente debe reconocer la soberanía y providencia de Dios en cada una de las cosas que a uno le acaece, porque sabemos que Dios es el que permite cada uno de los eventos o situaciones que se nos presentan día tras día (Ro.8:28-30; Ef. 1:11), y esto con el propósito de perfeccionarnos, de hacernos semejantes a su Hijo Jesucristo (Ef. 4:13); además nuestro gran Dios es el Creador y Señor de todo cuanto podemos percibir con nuestros sentidos e intelecto (Sal. 19:1; 24:1-2), nada escapa de Su ser; Él ve y obra en cada una de sus creaciones (animales, seres humanos, naturaleza, etc.).
Al saber todo esto nosotros podemos quedar absortos por la belleza de su creación, y a la vez pasmados, puesto que todas las obras de sus manos, la hizo con portentosidad y suntuosidad, propias de un Dios infinitamente sabio y benevolente, y esto no solamente se expresó para con los animales, sino principalmente para con su corona de la creación: el hombre. El conocimiento de todo esto debe llevarnos a la humildad y al agradecimiento hacia nuestro gran Dios. Estas son algunas más de las razones inequívocas y grandiosas para expresar humildad en nuestro diario vivir para con Dios y nuestro prójimo (Ro. 12:3; 1 Co. 8:2).
III. Para ser humildes debemos andar con temor y temblor, siendo conscientes de la presencia del Señor en cada una de los pensamientos, palabras y acciones que hacemos día tras día.
“…Y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir” (1R. 3:7b)
El hecho de saber que Dios nos está observando lleva consigo muchos beneficios. El salmista David expresó bien sobre este tema: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás” (Sal. 139:7-8); y José expresa lo siguiente: “… ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Gn. 39:9b).
Lo primero que debemos considerar para cultivar la humildad es el hecho de que, no hay lugar donde no esté presente Dios (Sal. 139); que los ojos de Jehová están sobre los buenos y los malos (Pr.15:3); que en él vivimos, nos vemos y somos (Hch.17:28).
Lo segundo que debemos prestar atención, es en el hecho de que siendo conscientes de la omnipresencia de Dios nos evita incurrir en muchos pecados y males (por ejemplo, la escena de José y la esposa de Potifar). Además nos conduce a la humildad debido a que sabemos que Dios sabe todo de nosotros y que él detesta y odia a los orgullosos (Pr. 6:16 a; 1P. 5:5; Lc. 18:14), y no hay bendición para tales personas.
El ser conscientes de la ubicuidad de Dios debe llevarnos a hacernos las siguientes preguntas: ¿Realmente considero a Dios en cada una de las cosas que pienso, digo y hago? ¿Cuál es la razón por la cual no gozo de una felicidad plena? ¿Estoy andando delante de la presencia del Señor con temor y temblor? ¿Participo de las bendiciones que Dios prodiga a aquellos que andan con integridad de corazón delante de él? Examínate y responde tú mismo cada una de estas preguntas.
IV. Conclusión.
La humildad, modestia y el silencio son gracias hermosas en el joven. En este artículo he tratado de dar algunas ideas referentes a la humildad usando el pasaje donde se halla la historia de Salomón pidiéndole a Dios sabiduría para que gobierne su pueblo. Es mi oración ferviente que Dios use este artículo para que produzca un efecto positivo en la vida de cada uno de los lectores. Soy muy consciente de que muchos jóvenes son como los potros, no soportan el mínimo control. Es una de las razones por las que me propuse escribir este artículo; para que cese paulatinamente tal conducta. Pero déjame a guisa de terminar este artículo, mostrarte una razón más por la cual deberíamos cultivar la humildad (y estoy convencido que es la mejor).
Te quiero contar la historia de aquel cuya existencia pasada, si vale la expresión, no tenía parangón alguno (gloria, loor, poder dadas diariamente por sus ángeles); aquel que no se aferró a su condición anterior, sino que por el contrario, decidió voluntariamente humanarse y morir por ti (Fil. 2:7-8), sí, ese majestuoso ser murió por ti, murió en tu lugar, ¿por qué lo hizo te preguntarás? Lo hizo para redimirte del gobierno de Satanás y llevarte al gobierno de Dios; para librarte de la condenación eterna (Ro. 3:23; 6:23); para que ya no seas un esclavo más del pecado; para reconciliarte con Dios Padre, y para hacerte miembro real de la familia de Dios. ¡Qué gran bendición! Este Jesús por quien fueron creadas todas las cosas, y quien es a su vez el autor de la vida y luz (Jn. 1:3-4), sí, el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, es la expresión máxima de humildad y amor para con la humanidad.
Ahora, sabiendo esto, pregúntate: ¿qué harás ahora al respecto? Ve, acércate a Jesús y pídele perdón por tu orgullo y arrogancia expresados neciamente, y él te perdonará (1 Jn. 1:9), además te dará una nueva vida, si tan solo te acercas con un corazón contrito y lleno de fe a él. Hazlo ahora, acércate sin dilación a ese manantial cuyas aguas te limpiarán y transformarán enteramente. Hoy es el día en que podemos expresar nuestra actitud y humildad haciendo tales cosas, reconociendo que cada día necesitamos de Él, que necesitamos su perdón, amor y paz. Expresemos hoy nuestra humildad y gratitud sinceras con todo lo que pensemos, digamos y hagamos, hacia nuestro gran Dios, humilde y sobre todo, amoroso Jesucristo.
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