¡DIOS TE AMA... ESTÁS EN SU REINO… DÉJATE AMAR!

 ¡DIOS TE AMA... ESTÁS EN SU REINO… DÉJATE AMAR!


Estamos en un mes muy importante, un acontecimiento significativo para todos los cristianos: “La Navidad”. Una vez más recordaremos el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo. Si consideramos al niño de Belén, comprenderemos que Dios nos ama demasiado: “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna.”  (Juan 3:16 NTV), 


Jesucristo, el Hijo del Dios Altísimo, vino voluntariamente a ofrendar Su vida por cada uno de nosotros… El mensaje central de la Navidad es: ¡EL INMENSO AMOR DE DIOS PARA LA HUMANIDAD! Nuestra alegría es que: “... ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús…” (Romanos 8:1 DHH). ¡Tenemos paz con Dios solo por ese milagro! ¡NO TE ALEJES, DÉJATE AMAR!


Como ilustración les comparto una anécdota de Don Pedro, un veterano y humilde cristiano, que vivía solo, se gozaba únicamente en la bendita compañía de su Salvador y Señor.


Se las arreglaba sólo percibiendo una modesta pensión ferroviaria. ¡Sólo nunca!, decía siempre Don Pedro, “mi Señor está conmigo”. Él puso a prueba muchas veces las promesas de su Señor, y su sencilla fe nunca fue defraudada.


Un día se encontró en dificultades. El pago de la pensión se atrasó, ya no tenía nada de dinero y en casa no había nada para comer.


Como siempre, elevó a Dios su oración: Señor, tú sabes que no tengo nada para comer hoy, y tengo hambre. Dame lo que necesito. Llegó la hora de almorzar, Don Pedro, tendió su rústica mesa, se sentó, inclinó su cabeza y dio gracias a Dios por los alimentos.


No había pronunciado un amén y de inmediato golpearon a su puerta. Era un vecino que traía una fuente llena de pescado cocido. No se ofenda, vecino, ayer fui a pescar y traje tanto a casa que nos ha sobrado, y mi señora me dijo: “Juan, lleva todo esto a don Pedro, puede ser que él lo necesite.”


Don Pedro tomó la fuente y elevando sus ojos al cielo dijo: “GRACIAS, SEÑOR” El vecino se fue pensando: “Qué atento está hoy don Pedro, siempre me llama Juan a secas, hoy me trató de Señor.


No estamos solos, somos del Reino de Cristo… Somos peregrinos y forasteros en este mundo… Nuestro Rey está con nosotros y no nos abandona nunca, Él nos protege, cuida y provee… Su palabra, así lo dice: “Nuestro Dios es como un castillo que nos brinda protección. Dios siempre nos ayuda cuando estamos en problemas. Aunque tiemble la tierra y se hundan las montañas hasta el fondo del mar; aunque se levanten grandes olas y sacudan los cerros con violencia, ¡no tendremos miedo!” (Salmos 46:1-2 TLA).


Nuestro Señor Jesucristo, dijo: “... Mi reino no es de este mundo…”  (Juan 18:36) ... ¿Cómo son los reinos de este mundo? Los reinos de este mundo, consisten en el poder del dinero y de las armas; ostentan títulos y honores; se ocupan de bienes materiales y de lo concerniente a la vida terrenal… 


Sabemos muy bien, que ningún gobierno humano tiene poder para librarnos, de los males que vienen a esta tierra y peor de la sentencia hecha por Dios, del castigo eterno (Mateo 10:28; Apocalipsis 20:10; Mateo 25:30) ... ¡Sólo Jesucristo tiene poder para salvarnos! (Hechos 4:12; Mateo 28:18-20) ... Por eso, hasta el gobernante más fuerte de este mundo será condenado como cualquier otro, si mueren sin tener a Cristo en su corazón. 


En esta tierra el reino de Cristo (lo espiritual), es menospreciado, no tiene valor... Por eso, también los cristianos ante la sociedad, es poco atractivo y despreciable en algunos casos, como lo fue Jesucristo (nuestro Rey) cuando estuvo ante Poncio Pilato, con el rostro ensangrentado y sufrido (Lucas 23:6-12). 


¿Cómo era la vida de nuestro Salvador Jesucristo en esta tierra? ¡Amado para pocos y despreciado para muchos!... Nuestro paso en este mundo será así, del sufrimiento a la gloria, esto tiene un precio, aunque muchas veces nos asombramos por los sufrimientos que pasamos y aún nos confunde el dolor que llevamos, hasta el más destacado cristiano tambalea, ante las pruebas duras que pasamos. Pero, todo eso pasará muy pronto.


¡Contempla qué persona sublime y gloriosa estaba ante Pilato! ¡Qué grande fue la degradación de la cual fue víctima, y que despreciable era su apariencia!


En realidad, ¿Él es nuestro Rey? ¡Sí, Él es el Señor de la gloria! ¡El unigénito Hijo del Padre Celestial! A quién le ha dado “todo poder, en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18), y “un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). ¡Ese es el Rey de reyes y Señor de señores, nuestro Salvador Jesucristo (1 Timoteo 6:15; Apocalipsis 17:14)!


En la historia que narra la Biblia, ¿cuánto de su gloria y majestad se podía ver? ¡Casi nada! Nació en un establo y fue acostado en un pesebre. A lo largo de su vida fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). 


Fue tan pobre, que una vez dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; más el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Cuando hizo su entrada triunfal en Jerusalén, cabalgaba un asno prestado, y estaba sentado sobre una montura hecha con la ropa de sus pobres discípulos…


¿Es este el Rey de gloria, al que los profetas le cantaron alabanzas desde el comienzo del mundo? Sí, Él es el “Rey de gloria, ...el fuerte y valiente” (Salmos 24:8). Pero, en esta tierra, nadie podía ver en Él como un Rey. Externamente no tenía nada de atractivo y glorioso. Por eso no es de extrañar que tantos lo hayan mirado con desprecio, y burlándose pensaran que si era un rey, debía ser el rey de los mendigos…


Un reino de contrastes inmensos: Por un lado, es un reino glorioso y precioso ante los ojos de Dios; por otro lado, poco importante y despreciable ante los ojos de los hombres, no hay nada atractivo... Es un reino de paz y justicia, pero también con muchas falencias y constantes conflictos.


Los miembros de este Reino gozan de la inmensa gracia y gloria de Dios. Son nada menos: “¡Hijos de Dios!” “¡Hijos e hijas del Altísimo!” Sí, somos hermanos de Cristo y coherederos con Él, y “brillaremos como el sol en el Reino de nuestro Padre” (Romanos 8:17; Colosenses 1:2). 


Apreciado hermano en Cristo, levanta la cabeza y gózate en el Señor, tu perteneces a ese Reino del Dios Altísimo, y no estaremos mucho tiempo en esta tierra, muy pronto nos vamos a nuestro hogar eterno. Tenemos una preciosa promesa: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 10:25-26 DHH). No olvides, no estamos solos, el Rey está con nosotros (Mateo 28:20). ¡Somos del Reino de Dios! Amén.


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