EL PERDÓN SANA TODO NUESTRO SER
EL PERDÓN SANA TODO NUESTRO SER
En esta oportunidad quiero compartir con
ustedes, acerca del perdón. ¡De un perdón que sana nuestro ser! Es muy
importante que tomemos en cuenta este mensaje. En medio de tanto odio, rencor y
venganza, sean palabras de refrigerio y de salud espiritual... Para algunos el significado
del perdón es desconocido. A menudo escucho decir: “Te perdono, pero no
olvidaré lo que me has hecho.” Estas personas que dicen así, solo conocen: el
odio, venganza, rencor, etc.
Pero, los que han encontrado medicina en
el perdón, han encontrado una experiencia de liberación. El perdón nos saca de
la cárcel del odio y rompe las cadenas del rencor. Por medio del perdón,
nuestro Señor Jesucristo nos brinda señorío y control sobre nuestra vida, nos
da alas para volar y nos lleva a saborear el presente sin el veneno del pasado.
Cuentan que dos judíos que salieron
libres del campo de concentración nazi, se volvieron a encontrar después de
varios años y sostuvieron este dialogo: – ¿tú perdonaste a los nazis todos sus
maltratos, sus abusos y sus torturas? – sí, hace tiempo los perdoné todo eso
para mí ya pasó y ahora estoy en paz. – pues yo no, todavía los odio con toda
mi alma. -¡que lástima! Todavía te tienen prisionero.
Para estos dos judíos que habían sido humillados
y torturados, humanamente hay mucha razón para odiarles y despreciarles por
siempre. Pero vivir en esa vida, les lleva a vivir en el veneno de la
amargura... Para vivir en paz, es necesario el perdón, ese perdón que viene de
nuestro Señor Jesucristo... Justamente la palabra de Dios, en Efesios 4:32,
dice:
“Perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”
Lutero al respecto, dijo: “El reino de
Cristo es un reino de perdón”. El perdón es una necesidad para la convivencia
armónica de los cristianos. El resumen de la ley de Dios es el amor. San Pablo,
dice en Romanos 13:8-10: “No deban nada a nadie, excepto el
deber de amarse unos a otros. Si aman a su prójimo, cumplen con las exigencias
de la ley de Dios. Pues los mandamientos dicen: No cometas adulterio. No
cometas asesinato. No robes. No codicies. Estos y otros mandamientos semejantes
se resumen en uno solo: Ama a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace
mal a otros, por eso el amor cumple con las exigencias de la ley de Dios.” (NTV).
La vida
cristiana está comprendida en el amor y perdón. Uno sin recibir amor o sin dar
amor, no puede vivir. ¡El amor y perdón son esenciales en la vida cristiana!… ¿Y
cuál es la condición para una amistad continua entre los hombres? ¡El amor y
perdón! La misma para la amistad entre Dios y el hombre; es decir, continuo
perdón.
Si todos
amaríamos a nuestro prójimo, con un corazón sincero y con una alegría, sería el
reino de los cielos aquí en la tierra, un reino de paz y amor, ¿tú qué
opinas?...
¡Si nuestro
prójimo no tendría esos horribles defectos y malos hábitos, no habría necesidad
de perdonar! Pero, debido a esos defectos, a veces nuestro amor se cansa y no
podemos amarlo. Llega el momento en que eso de hacerle el bien se convierte en
una tarea pesada.
Esta es una de
las razones por las que Cristo habló tan específica y frecuentemente del
perdón. Dijo, por ejemplo, que el reino de los cielos es como un rey, que le
perdonó a su siervo diez mil talentos; o sea, una enorme suma de dinero; y
esperaba que su siervo también lo perdonase a su consiervo cien denarios, o
sea, una pequeña deudita (Mateo 18:23-35).
Y cuando nuestro
Salvador Jesucristo nos enseñó el Padre Nuestro, esa magnífica oración que
podemos orar diariamente, también incluye la misma instrucción, enseñándonos a
decir: “Y
perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros
deudores.” (Mateo
6:12).
Está claro, cuánta importancia le da
Cristo al perdón. Es que, como personas que fallamos, el perdón es imprescindible
para tener buenas relaciones con nuestro prójimo. Esta es una enseñanza esencial
de la palabra de Dios. Y cuando el Apóstol Juan resume en pocas palabras y dice: “Y
este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos
amemos unos a otros como nos lo ha mandado.” (1 Juan 3:23). Rosenius
dice al respecto: “Así tenemos paz con Dios y con los hermanos, y esto es el cielo
en la tierra, un Paraíso en este valle de lágrimas.”
Y sigue diciendo Rosenius: “Por el
contrario, qué infierno en la tierra, qué agonía, qué pena asfixiante, qué
corazones entenebrecidos y rostros siniestros existe allí donde no se practican
el amor y el perdón. Cuando las personas no creen en Cristo, ni aman a sus
hermanos, sino que viven alimentando envidias, odios y rencores; insistiendo en
las faltas de los demás y ¡prefiriendo la confrontación! ¡Tales personas son
miserables víctimas del diablo! Pero, aun así, todo podría arreglarse con el
perdón.”
Apreciado hermano, escucha y atiende
este mensaje. Aunque lo grave que sea las faltas que te hayan causado o las
mentiras que hayan dicho contra ti o la forma en que te hayan insultado. Pregúntate
si tus propios pecados contra Dios ¿no son mil veces más graves y numerosos? La
palabra de Dios, nos hace notar, las ofensas de nuestro prójimo contra nosotros,
comparado con nuestras deudas ante Dios, es sólo como cien denarios contra diez
mil talentos… (Mateo 18:32-33).
Dios desea perdonarte toda tu inmensa
deuda. ¿Y tú, no quieres perdonarle también a tu prójimo todas sus ofensas? ¿Vas
a seguir odiándolo? Pero, tienes que estar seguro, Dios tampoco lo hará. Es así
cómo juzga el Señor. Si quieres pedirle que te perdone todos tus pecados, te
perdonará si tú has perdonado a tu hermano, Él mismo señaló así: “Y
perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
(Mateo 6:12).
Tal vez digas entonces: “Le he perdonado
tantas veces, pero él sigue ofendiéndome. ¿Es que voy a seguir perdonando? ¡Ya
me he cansado de perdonarle!” A esto el Señor te responde: “Yo también te he
perdonado muchísimas veces; tú, sin embargo,
sigues pecando. ¿Debo también yo cansarme de perdonarte?”… Tenemos un
ejemplo en la Biblia, la respuesta que recibió Pedro a la pregunta: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces
perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces
siete.” (Mateo 18:21-22), o sea, infinitamente.
En esta triste
realidad, hay muchos padres que no perdonan a sus hijos y también hijos que no
perdonan a sus padres, o esposos que viven sin perdón, por alguna falta que
hayan cometido. Y por esta verdad, hay mucha tensión en la familia. ¿Qué hacer
en esta situación?
Para consuelo de
nuestro corazón, Cristo está esperándonos para perdonarnos. (Mateo 11:28) ... Nuestro
amado Salvador Jesucristo quiere para nosotros una vida plena (Juan 10:10), no
sólo perdonarnos siete veces, sino setenta veces siete, un perdón completo que
nunca se acaba, está esperándonos sonriente y con brazos abiertos, para darnos
Su amor, perdón, gozo y paz.
Él lo hará con
mucho gusto, porque nos ama infinitamente. ¿Recuerdas lo que Él dijo en la cruz
cuando todos le insultaban?: “… Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen...” (Lucas
23:34). Eso es Su amor y un completo perdón.
Dios tiene infinita misericordia para
perdonarnos. El autor del libro de Malaquías, dijo: “¿Qué Dios como tú, que perdona
la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para
siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener
misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo
profundo del mar todos nuestros pecados.” (Malaquías 7:18-19). Amén.
(Mensaje escrito con base al Devocional de Rosenius)
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