PERDONAR PARA AVANZAR, ES UN REGALO QUE TE DAS A TI MISMO


 PERDONAR PARA AVANZAR...ES UN REGALO QUE TE DAS A TI MISMO
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El veinte siete de Agosto del 2014, a las ocho y treinta de la mañana estuvimos circulando, por unas calles aparentemente tranquilas, de un Barrio llamado Patacón, de la ciudad de Sucre - Bolivia. Con mi acompañante (Mecánico de profesión); justamente conversando de que debemos tener mucho cuidado de los conductores imprudentes.

Y de repente escuchamos un rugido de motor, pensamos que algún vehículo estaba subiendo por la otra calle. Pero en ese momento, de la esquina de la calle aparece un auto de color negro, a alta velocidad y nos impacta de frente. No me dio tiempo a reaccionar. Apenas pude ver mi auto totalmente destrozado.

Toqué mi cuerpo, no tenía nada de heridas, estuve con cinturón de seguridad (gracias a Dios). El volante se vino a lado derecho de mi cuerpo y no de frente. Después, sentí un dolor en la rodilla y me di cuenta que tenía una herida. Pensé lo peor, que mi pie estaría destrozado.

Fuera del auto una señora grita: “Gracias a Dios, el conductor está vivo…” En ese momento se nublaron mis ojos; no vi nada de lo que estaba pasando, solo sentí que cuando llegaron los bomberos de la Policía Nacional, me sacaron por la puerta de atrás cortando la puerta y el asiento del conductor, me sacan con mucha dificultad. Dije hoy me toca partir a la presencia del Señor. Oré a Dios: “Señor, dejo en tus manos mi familia…”

El conductor del otro auto estaba ebrio, casi con dos grados de alcoholemia (según me informan). Él quería escapar, pero los vecinos le rodearon y no le dejaron salir… Me llevan a la sala de emergencias del Hospital Santa Bárbara, donde el médico de turno ordenó hacerme todo lo necesario en cuanto se refiere a los exámenes médicos. El médico al recibir el informe del estado de mi coche, se preocupa. Me ponen estabilizador en mi cuello, mis pies, mi espalda, también suero y oxígeno.

Los resultados de los exámenes, de: Tomografía, radiografías, electrocardiograma, análisis de sangre y otros. Todo salió bien. No había fracturas en ninguna parte de mi cuerpo, solo una herida y pequeños golpes, nada preocupantes. La herida con anestesie local son suturado con 11 puntos.

El médico de turno del Hospital Santa Bárbara, me dice: “Has tenido suerte, es un milagro”… Sabía que era un milagro de Dios. Sabía que el protector mío estaba conmigo, sus santos ángeles me cuidaban y me estaba dando otra oportunidad para cumplir mi misión. No era mi hora de partir a mi hogar Celestial, donde está preparando nuestra morada eterna para cada uno de nosotros, donde no habrá más llanto, ni dolor, ni sufrimiento (Apocalipsis 21:4).

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Con la experiencia de este accidente, veo que es tan difícil humanamente perdonar. Tuve mucha rabia y enojo contra esa persona que ha ocasionado este accidente. En un momento de mi enojo, dije: “No puede ser que esta persona irresponsable e imprudente, siga conduciendo ocasionando daños irreparables contra personas inocentes. Que metan a la cárcel y no salga más para que aprenda”. Para entonces, mi yerno abogado de profesión, estaba trabajando como Fiscal en una provincia de Chuquisaca, hizo las gestiones con la policía, para que este conductor entre a la cárcel.

En ese momento en mi mente y corazón, como en una película vi lo que ha sufrido nuestro Salvador Jesucristo… Esas palabras: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”, suena más fuerte en mi oído, en mi mente y corazón. Cristo, el Hijo de Dios para perdonarme tubo que sufrir ese horrible sacrificio en la cruz del calvario. Pero, ¿por qué hizo todo lo que ha hecho? ¡Porque me ama! (Juan 3:16).

Esas palabras de amor que retumbaron en medio del odio: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Tocó mi corazón con una paz inexplicable. Después me pregunté: “Si soy hijo del Señor que dijo esas palabras de tanta ternura, amor y misericordia, ¿quién soy yo para hacer lo contrario?” Decidí perdonar de corazón y hacer el arreglo conciliatorio, para que esta persona no vaya a la cárcel y tenga una oportunidad de arrepentirse delante del Señor, para que no vuelva a cometer el mismo error y no haga sufrir a su familia, ni a personas inocentes.

¿Por qué nos demoramos tanto en decir “lo siento perdóname”?... Hacer que nuestros labios digan lo que siente, debería ser fácil. ¿Verdad? Pero, nuestro corazón es tan orgulloso, el “ego” o el “yo”, se siente atacado y por eso se hace difícil.

Viendo lo que ha pasado ese día, me apena recordar que tantas veces tropezamos en la vida, hasta caemos y hemos dañado a nuestro prójimo… Pero, ¿por qué será entonces tan difícil decir “te perdono” o decir “perdóname”? Es porque necesitamos la ayuda de Dios en nuestro corazón… Por nosotros mismos no podemos reaccionar positivamente, necesitamos que Dios venga y llene nuestra vida de ese amor sobrenatural. Sin ese amor, el mundo solo conoce: odio, venganza y destrucción.

El Salmista David exclamaba, en una situación similar y decía: “Al contemplar las montañas me pregunto: ¿De dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda vendrá del Señor, creador del cielo y de la tierra…  El Señor te protege de todo peligro; él protege tu vida. El Señor te protege en todos tus caminos, ahora y siempre.” (Salmos 121:1-8 DHH). “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, SEÑOR, me harás estar confiado.” (Salmos 4:8 JBS).

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Sólo Dios nos puede dar esa paz y fortaleza, para que esa palabra “PERDON”, no sea difícil de pronunciar. Esa palabra mágica sana las rencillas en la familia, sana el alma, sana el espíritu y sana el cuerpo. Donde se tropieza debe haber confesión y arrepentimiento sincero, para tener esa paz con Dios, que tanto ansiamos tener. Es hermoso vivir en paz con Dios, hasta nuestra sonrisa es diferente y genuina.

Debemos alegrarnos, aún estamos vivos para arreglar a tiempo y disfrutar de la vida abundante que Dios nos da (Juan 10:10). Tenemos una bonita oportunidad para vivir en paz con nuestro prójimo. Debemos lamentar lo que hemos hecho; siempre dispuestos a corregir nuestro error con el perdón. No dejemos que el orgullo nos domine. Nuestro arrepentimiento sea siempre con sinceridad y no de una manera burlesca.

Dios está dispuesto a perdonarnos si se lo pedimos de todo corazón. Hasta Judas el traidor hubiera sido perdonado si hubiese dicho sinceramente “lo siento, perdóname”. Un pecado que se confiesa es un pecado perdonado y el pecado perdonado es paz interior. Confiemos en Dios, por medio del perdón aun nuestro prójimo será liberado y también nosotros. Dios sana nuestro ser, también nos da gozo, alegría y paz en nuestra vida y familia.
(Lucas 4:18 NVI).

Hoy toma la decisión primero de pedir perdón a nuestro Señor Jesucristo y perdona a la persona que te ha hecho daño. Deja toda ofensa en las manos de Dios. Jesús te perdonó y quiere sanarte de todas tus heridas, entrégale tu vida a Él. El Señor creador del universo te invita a ir a Él: “Venid ahora, y razonemos, dice el Señor, aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, como blanca lana quedarán.” (Isaías 1:18 LBLA). ¿Qué le responderás? ¡La respuesta la tienes tú!

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