EL LABRADOR LIMPIA LA RAMA QUE DA FRUTO


EL LABRADOR LIMPIA LA RAMA QUE DA FRUTO

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En uno de nuestro devocional diario, Dios nos fortaleció con esas palabras hermosas, que Él nos ama y si estamos dando mucho fruto, nos va a cuidar, limpiar y cortar lo que nos perjudica... Los que tienen el libro: “CADA DIA CON DIOS”, les animo a leer, del día 8 de Julio... Toma el texto de hebreos 12:6, y dice: “El Señor al que ama, disciplina.”

Y la explicación de Rosenius, es como sigue: Nuestro Señor Jesucristo dijo: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, (Dios) lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan15:2). Eso nos enseña que incluso las almas aprobadas, comparadas con pámpanos buenos y fructíferos, todavía no están completamente limpias en sí mismas. Algunos cristianos piensan equivocadamente que “llevar frutos” significa pureza de vida y buena conducta. Pero se trata de dos cosas diferentes.

Un pámpano sano y bueno, cargado de abundantes y ricos frutos, no obstante también puede tener algunos gajos secos, o vástagos verdes que se deben sacar. De manera similar, un cristiano puede ser fiel y activo, rico en amor y en los demás frutos del Espíritu, y simultáneamente, además de compartir la depravación pecaminosa general, puede tener también alguna lamentable falta puntual, o mal hábito, que debe crucificar y mortificar continuamente, porque le seduce hasta cierto punto y aflige constantemente. Pero a pesar de todo, se diferencia totalmente de las ramas muertas o inútiles, que no producen ningún fruto.

A veces un incrédulo, un hombre del mundo, puede tener menos faltas o manchas; o sea, lucir una conducta mejor que un cristiano, siendo al mismo tiempo espiritualmente muerto e impotente. El creyente todavía no está plenamente purificado; todavía sufre diariamente los achaques de sus pecados y malos hábitos. Sin embargo, eso no lo condenará mientras siga unido a su Salvador.

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Notemos también que gracias a esta unión el cristiano puede producir, a pesar de sus flaquezas, todos los frutos característicos del Espíritu. Aunque nunca queda totalmente satisfecho con sus frutos, no obstante es una “nueva criatura”, por su unión con Cristo. Pero, ¿qué hace el labrador celestial con los pámpanos fructíferos? Jesús dice: “Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto”. Notemos: “Lo limpiará.”

Una palabra bien corta para pronunciar, pero muy larga y penosa en la experiencia. Y limpia a la rama buena, no a la infructífera. Esa puede crecer a gusto, sin inconvenientes, porque de todos modos será quemada. Pero la que lleva fruto tendrá que ser atendida, por eso la poda. ¿Y cómo hace eso? El cuadro que Jesús pinta en Juan 15 está lleno de instrucciones. Habla de la limpieza que realiza un labrador en la vid. “Limpieza” que no realiza con agua, sino con una tijera o con un cuchillo, instrumentos con los que quita gajos secos, musgos, ramas y hojas superfluas, que frenan el crecimiento del pámpano fructífero.

Esto ilustra fielmente lo que experimentan los fieles. ¿Acaso no tenemos que sufrir muchas veces la “tijera” de este Labrador? Cuando escuchamos la predicación, ¿acaso no sentimos muchas veces cómo esa “espada de dos filos” penetra nuestro interior, y ataca particularmente los defectos y malos hábitos que nos afligen? (Hebreos 4:12). Y cuando nos mostramos negligentes en la obra del Señor; fríos y desobedientes frente a Cristo, ¿acaso el Espíritu Santo no nos lo reprocha, como quien “limpia” la planta? Es el piadoso Labrador que recorre su huerto, y se asegura que no estemos satisfechos con nosotros mismos, y que continuamente sea limpiado y “podado” nuestro interior.

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“¡Bienaventurado el hombre a quien Tú, Jehová, corriges!” dice el salmista (Salmos 94:12). Donde mora el Espíritu Santo, no puede ser diferente. Porque es imposible que no encuentre defectos reprensibles en nosotros. Y es igualmente imposible que no los censure y reprenda en las almas en las que habita y obra. Y lo que no logra corregir por medio de su Palabra, con estas reprensiones interiores, nuestro fiel Señor lo realiza por medio de sufrimientos, aflicciones y adversidades externas; como dice San Pedro: “Aunque ahora, por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (1 Pedro 1:6). En resumen: Un hijo del cielo tiene que ser corregido.

Como dice el apóstol: “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo… pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos… Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:6, 8, 11). Notemos el propósito: “No aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:33), sino sólo “si es necesario”; como aclara nuestro Señor Jesucristo: “Todo pámpano que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Jn.15:2). Esta es la buena intención: Quiere que el pámpano sano y fructífero cargue todavía más y mejores frutos. ¡Alabado sea el Señor! Pues vemos que eso es lo que hace con sus reprensiones.

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¿O acaso no se ve en todas partes a cristianos entendidos y honestos, pero lamentablemente también amantes de la vanidad y espiritualmente pobres e infructíferos? Y repentinamente los vemos golpeados por una profunda tribulación, como ser un accidente o una gran aflicción interior, y son alarmados. Pero después de superar el fuego de las aflicciones, esas personas quedan totalmente cambiadas, llegando a ser cristianos mucho más sinceros y fructíferos.

¿Acaso nosotros, y todos los creyentes bajo la guía del Señor, no presentimos la adversidad que tendrá que llamarnos de vuelta a juicio, tan pronto como nos dejamos embelesar por los vicios de la sensualidad, la vanidad y la soberbia? Y cuando el Señor nuevamente nos reanima, nos sentimos como los que acaban de recibir un refrescante baño, y comenzamos a caminar con ánimo renovado en el camino de sus Mandamientos.

El Señor siente un santo celo por las almas que prepara para el cielo. Quiere verlos cada vez más limpios y fructíferos, mientras que otros gajos silvestres pueden desarrollarse libremente, de acuerdo a los placeres de la carne.
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