¿SIENTES QUE NADIE TE AMA…?
¿SIENTES QUE NADIE TE AMA…?
Quien sabe, en este momento estás
sufriendo sin confiar en nadie, pensando que nadie puede ayudarte. Ya no tienes
ganas de sonreír, solo esperando lo peor. Y sobre eso has escuchado muchas
veces, para recibir la salvación o para agradar a Dios, tienes que hacer alguna
obra. En algunos casos, cuando estás enfermo, te han dicho que algo mal has
debido hacer, por eso te ha pasado esto…
Estimado lector quiero asegurarte Dios
no es malo, si acudes a Él tendrás esa ayuda que tanto necesitas. Te lo aseguro
Él te va a dar descanso y paz. Dios es la persona más preciosa y amorosa que no
podemos comparar con nadie en este mundo. Él menos quiere verte sufrir: “Pues
yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para
lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza.” (Jeremías
29:11). Porque, Dios te ama: “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a
su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna.” (Juan 3:16).
Mi deseo es que conozcas el verdadero
amor de Dios, tengas gozo y te deleites con la compañía más agradable de esta
vida:
“Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón.” (Salmos
37:4)... Para que puedas entender este mensaje, voy a contarte una hermosa historia
publicada por: “Ministerio del hermano Pablo.”
La historia comienza
con Juan Silveira, un joven aventurero y rebelde, que decide alejarse de la
presencia de sus padres. El tren partió velozmente. Llevaba adentro a Juan de
18 años, con dinero en el bolsillo y con ganas de disfrutar de la vida. Detrás
quedaron los padres de Juan. Amargados
entristecidos, llorosos.
Pasaron quince años en
que Juan vivió en el vicio: el juego, el licor, las drogas, las mujeres y la
cárcel. Años de cárcel.
De nuevo el tren corría
velozmente, traía de regreso a Juan, enfermo, vencido, decepcionado. “Les he escrito a mis padres diciéndoles que
vuelvo” – le dijo Juan a un compañero de viaje – “Si ellos me han perdonado, pondrán un pañuelo blanco en el cerezo del
patio que se ve desde el tren. Si veo el pañuelo, me bajaré en la siguiente
estación. Si no la veo, seguiré de largo rumbo a quién sabe dónde. Nunca jamás
me volverán a ver. Ellos no saben cuándo voy a pasar por el Cerezo”.
Al aproximarse el tren
a su casa, el joven no tuvo valor de asomarse a la ventana a ver si había
pañuelo o no. Así que pidió a su compañero de viaje que le hiciera el favor de
mirar, mientras él ocultaba su rostro en las rodillas. “¡No hay un pañuelo en el Cerezo nada más, sino cientos de pañuelos; el
Cerezo está lleno de pañuelos!” El perdón de los padres había sido total,
completo, perfecto.
Al igual que el joven
de esta conmovedora historia, todos nosotros nos habíamos alejado de la casa de
Dios, hemos abandonado la familia del Padre y nos hemos ido lejos, a vivir como
se nos antoja. Nos hemos hecho la vida material, sensual e egoísta. Y el resultado
ha sido la pobreza, la amargura, la decepción y la presión espiritual.
¿Hay perdón para el que se ha alejado de
Dios? ¿Me podrá perdonar Dios a mí? Esa es la pregunta que muchos hacen con
angustia. Si pudiéramos en este momento ver el Cerezo en el jardín de Dios, le
veríamos cargado de pañuelos blancos. Porque la Biblia nos asegura que Dios “… es
generoso para perdonar” (Isaías 55:7). En virtud de la muerte de Cristo
en la Cruz, Dios espera nuestro retorno al seno del hogar, dispuesto a
ofrecernos ese perdón generoso, perfecto y eterno. Nos está esperando a todos.
Por eso, podemos correr con alegría a
los brazos de nuestro Dios amoroso, para recibir sanidad, consolación y gozo en
nuestra alma. En medio del valle de lágrimas de esta vida, necesitamos urgente,
descansar en Dios… Nuestro Señor y Salvador Jesucristo ha establecido aquí en
la tierra un reino tan bendito, que en Él los pecadores ya no son culpables
sino santos, aceptados y amados por Dios. Aleluya, amén.
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