¡LO QUE COMIENZA BIEN, TERMINA...!
¡LO QUE COMIENZA BIEN, TERMINA...!
Hay un dicho popular muy conocido en
nuestro medio, dice: “Quien comienza mal,
termina mal. Quien comienza bien, termina bien.” Es muy cierto, pero, muchos
lo toman en broma. Todo joven que está con miras a casarse, debería meditar y tomar
en cuenta este dicho.
Voy a comenzar contándoles un testimonio
muy triste, de una jovencita, aparentemente enamorada, dice: "Soy Ximena, tengo 19 años...A veces
tengo miedo de contradecir a mi novio, porque no sé qué me pueda hacer, qué me
vaya a responder, cómo vaya a reaccionar. Tengo miedo a hablarle. A lo mejor me
puede llegar a decir miles de cosas, insultos, o puede reaccionar con un golpe.
Pero sigo con él porque en mi corazón está él; a pesar de muchas cosas, lo
amo."
Al leer este testimonio, seguramente te
estás preguntando: ¿Eso es amor? ¿Eso es un buen comienzo para el matrimonio? ¿Y
cómo será el trato, después que se casen?... Por este motivo, es muy importante comenzar bien,
escuchando buenos consejos que vienen de Dios. El matrimonio, no es para
decidir a la ligera o para obedecer al capricho de uno o decidir solamente por
la atracción física.
Ahí viene el consejo de Dios para los
jóvenes, en 2 Corintios 6:14, dice: “No os unáis en yugo desigual con los
incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y
qué comunión la luz con las tinieblas? Siendo ese el caso, uno no puede
menos que preguntarse: ¿Qué relación será más importante para mi noviazgo? ¿Qué
factores debo tomar en cuenta para formar una pareja? ¿Cómo será, esa persona
que estaremos juntos toda una vida?
Este pasaje del Apóstol Pablo se aplica
directamente a los comienzos de un hogar sólido. Cuando dos jóvenes se miran
por primera vez con esa mirada que dice: “Esa
es la persona con quien quiero vivir el resto de mi vida.” Es un anuncio de
intenciones de amor, de familia y de hogar; cuando apenas se comienza el
noviazgo.
Siendo que no existe entidad más
importante en el mundo que el hogar, ¿acaso no es importante el noviazgo o el
comienzo del matrimonio? Esto refleja una tremenda importancia de cómo comenzar
ese hogar y depende de esa decisión el bienestar del hogar en el futuro. Si
desde su principio no se van a tomar en cuenta los valores importantes de un
hogar puro y sano, ¿cómo podrá serlo después?
Un hogar sano comienza con un noviazgo
sano. Y un noviazgo sano comienza con dos personas que tienen las mismas
aspiraciones, los mismos ideales y los mismos propósitos. La advertencia del
Apóstol: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”, es
indispensable si se ha de tener un hogar sano y puro, donde existe el amor y el
respeto mutuo, la honra y la fidelidad mutua, el cariño y la amistad mutua.
¿Es natural que un joven y una señorita
demuestren interés el uno por el otro? Sí lo es. Es lo más normal de la vida.
Esa atracción ha sido puesta en el hombre y en la mujer por Dios mismo, y está
allí para efectuar la unión de dos alamas que se quieren y desean vivir juntos “hasta
que la muerte los separe”, para la formación de un hogar sano y puro
con los hijos y nietos. Dios mismo puso este instinto en nosotros.
Sin embargo, permítame darles un consejo
a las jovencitas. Es muy fácil que se confundan con las palabras y las
expresiones de cariño del joven que le está proponiendo noviazgo. Las palabras
que usa el cristiano genuino que desea seriamente formar un hogar contigo, son
las mismas palabras que puede usar un seductor.
El seductor sabe usar las mismas
prácticas que usa la persona seria y formal, que ama genuinamente. El seductor
se muestra muy cortes. El seductor le abre la puerta a la señorita. El seductor
le trae flores. El seductor le demuestra cariño y amor. Pero el fin del
seductor no es formar un hogar hasta que la muerte los separe. Eso es lo que
menos tiene en mente. El único fin del
seductor es llevársela a la cama.
Viene entonces la pregunta: ¿Cómo se
puede saber la diferencia entre el seductor y el que ama genuinamente? Es muy
fácil. Esta es, por cierto, la única manera en que usted sabrá si de veras es
amada y respetada como futura esposa, o si no es más que otra experiencia
sensual pasajera que no tiene ningún fin permanente. El seductor sólo quiere
seducirla, y si no consigue lo que quiere se va tras otra presa.
¿Quién sabe cuántas mujeres, que ahora
mismo están leyendo este mensaje, han sido víctimas de algún seductor que las
ha dejado abandonadas después de haberlas engañado?
Señorita, escúchame bien, la única
manera de estar seguro del sincero amor de su pretendiente es, asegurarte de su
testimonio espiritual y el respeto que te tiene. Aparte de eso, no permitas
ninguna unión sexual que pueda irrumpir tu vida, sino hasta después del
matrimonio.
Aparte de este consejo específicamente a
las señoritas, esté siempre presente en su mente y corazón, que solo Dios da la
felicidad en la pareja y el hogar. El amor que ofrece el mundo es peligroso y
se presenta con otras intenciones egoístas, es engañoso y perverso…
Comiencen orando al Señor, por la
persona que va a ser su pareja hasta que la muerte los separe… Tú joven, insistentemente
pregúntate: “¿Quién ha de ser mi novia?”, o tú jovencita: “¿Quién ha de ser mi
novio?” Como principio de la respuesta acudo a las eternas palabras del Apóstol
Pablo, siempre vigentes: “No os unáis en yugo desigual con los
incrédulos.” (2 Corintios 6:14). ¡Eso sea tú guía!
Si en el noviazgo y en el matrimonio no
hay compatibilidad espiritual, si no es la intención de ambos, en perfecta
unión, hacer de Cristo el Señor de su vida, si el amor a Dios y la formación de
un hogar con la presencia de Cristo en la familia, no es parte de esa unión
matrimonial, se está arriesgando la paz y la armonía que pudieran ser parte del
hogar. Por eso es tan importante este mandamiento del Apóstol: “No
os unáis en yugo desigual con los incrédulos.” (2 Corintios 6:14).
Cuando se comienza con un buen noviazgo,
se termina en un amor eterno, una fidelidad duradera, hasta que la muerte nos
separe… Justamente, para cerrar este mensaje, voy a contarles la siguiente
historia: “Mi abuelo, que tiene 75 años y
es casi ciego por las cataratas me dice hoy: “Tu abuela es la mujer más
hermosa, ¿a que sí?”. He pensado por un momento y luego le he dicho: “Sí.
Apuesto a que de tanto verla ya te habrás acostumbrado”. “Cariño, veo su belleza
todos los días. De hecho, la veo
más ahora que cuando éramos jóvenes”. ¡Qué hermoso es cuando se comienza bien y ese amor perdura
y nos mantiene unidos! Amén.
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