¿CONOCES A DIOS?


¿CONOCES A DIOS?

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Si hacemos una encuesta, con la pregunta: ¿Crees en Dios? La respuesta sería obvio: “¡Sí! ¡Por supuesto, creo en Dios!” A esta pregunta añadiría otra, que todos debemos hacernos: “¿Conoces a Dios?” La respuesta a esta pregunta necesita entrar al profundo de nuestro corazón, y requiere una respuesta concreta y sincera… Pero, ¿qué es conocer a Dios?…

Hace años atrás llegó a mi hogar, un hermoso libro, que ha edificado mi vida y la de mi familia, titulado: “Cada día con Dios”. El autor es Carl Olof Rosenius; este libro consta de 365 devocionales y comentarios, de distintos versículos bíblicos para cada día del año. (Cada hogar debería tener un ejemplar en su casa).

Rosenius como muy pocos desentraña el misterio del evangelio (Efesios 6:19), el cual necesitamos urgentemente conocer, para alcanzar la salvación que nos ha sido dada por Dios en Jesús, por pura gracia… La mayoría de mis mensajes, que comparto con ustedes, están basados en este hermoso libro.

Justamente, una mañana leímos acerca de: “Conocer a Dios” y no podía dejarlo, sin compartir con ustedes…

En Romanos 10:9, el Apóstol Pablo, dice: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. En este hermoso texto, el Apóstol Pablo menciona, con toda claridad, que uno es salvo si cree en su corazón, y confiesa con su boca, que Jesús es el Señor, y que este Señor fue levantado de los muertos.

La confesión o testimonio es una necesidad de la fe. Uno que conoce a Dios es imposible que pueda estar callado sin compartir este mensaje de Buenas Nuevas que ha recibido, de alguien que nos llama amigo (Juan 15:14). La fe salvadora siempre enciende en el corazón una luz y el íntimo deseo de dar testimonio de Jesucristo a otros, porque Él llegó a ser el tesoro del alma; la fe produce una diligencia de amor, que desea glorificar el nombre de Dios para la salvación de los demás.

La palabra “Confesar”, quiere decir, esa libre y espontánea expresión de la fe del corazón, es impuesta necesidad, en un cristiano fiel y sincero (1 Corintios 9:16). No es solo una confesión de labios, ni una simple repetición de algo previamente memorizado; tampoco es la confesión que pronunciamos en la liturgia del culto. Cualquier incrédulo también puede hacer esa clase de confesiones.

La Biblia siempre habla de testificar, y cuando habla de fe salvadora, uno está presto a hablar de la persona que cree y conoce, con su vida y labios; cuando “la boca habla de la abundancia del corazón habla” dice en el libro de Mateo 12:34… Además, el apóstol expresamente agrega las palabras: “”… y creyeres en tu corazón.” O sea que, habla de una confesión que procede del corazón, como cuando David dijo: “Creí y por tanto hablé.” (Salmos 116:10).

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La persona que cree en Jesucristo, exhibe a Su buen amigo que trae paz al corazón, presenta al Salvador a aquellas personas que necesitan de Dios en sus corazones. ¿Y qué confiesa o testifica de Jesús el alma del creyente? Que “Él es el Señor que trae paz al corazón en tormento”, dice el Apóstol… El cristiano que cree en Dios no puede estar callado, confiesa que Jesucristo es Dios, el salvador de nuestras vidas. Como dice, en 1 Corintios 9:16: “Pues si anuncio el Evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el Evangelio! ¡Eso es confesar!

Esto es lo primero que un hijo de Dios hace cuando cree y recibe a Cristo en su corazón; es decir, esta persona que cree y confiesa a: Esa persona tan despreciado, torturado y crucificado Jesús de Nazaret, es el “Señor del cielo”; y que “Él es el que Dios ha puesto por juez de vivos y muertos” (Hechos 10:42). Sí. La confesión de que Jesús es el Señor abarca todo lo que creemos y confesamos acerca de Su persona y obra.

Por la iluminación del Espíritu Santo un día, toda lengua confesará: “Que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:11). La fe salvadora abarca todo eso. Es lo mismo que la breve exhortación: “¡Cree en el Señor Jesucristo!” (Hechos 16:31), o que las expresiones: “El que tiene al Hijo” (1 Juan 5:12) Toda la escritura testifica de esta fe en Cristo, que “todo aquél que en Él cree, no se perderá, sino que tendrá la vida eterna.” (Juan 3:16).

Afirma que si por la fe de tu corazón confiesas a tu Salvador; si tienes la verdadera fe, que confiesa a Cristo, entonces está decidido que será salvo. Aunque vengan sufrimientos, confesaremos; sabemos que vamos a sufrir, solamente un poco de tiempo más, en este valle de lágrimas; ¡luego disfrutaremos la bienaventuranza eterna con Dios! ¡Es algo demasiado maravilloso! Sin embargo se debe proclamar como una firme decisión de testificar (confesar). En esta fe vamos a perseverar hasta el fin, confesando a Jesús.

Sólo iluminados por esta fe un día estaremos al lado del Salvador y seremos invitados a heredar el reino que fue preparado desde la “fundación del mundo” (Mateo 25:34). Notemos el énfasis que el Apóstol pone en las palabras: “Tu boca” y “tu corazón”, invitando a todos a preguntarse: ¿Soy yo un creyente así? ¿Es la confesión de mi boca la que se menciona aquí? ¿Tengo yo la costumbre de dar testimonio de Jesús, y de darlo impulsado por la fe de mi corazón? De esa manera ¿Conozco a Jesucristo, para testificar (confesar)?

¡Ah, apreciados hermanos! Esta es una palabra dura para muchos cristianos. A veces tienen unos buenos puntos a su favor, pero no dejan que su luz brille ante los hombres, como se los ordena el Señor. Su luz está puesta debajo de un almud: no puede arder bien en un espacio tan reducido; más bien va a producir humo y oscuridad. ¡Háganla visible de inmediato! Si es el propio fuego de Dios, van a testificar (confesar) a Cristo. El mal viene cuando se sofoca la verdad. Esconder la luz de Dios nunca puede ser algo correcto. Amén.

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