SOMOS FORASTEROS


SOMOS FORASTEROS

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En el siglo pasado un turista visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim. Se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta. 

-Rabino, ¿Dónde están tus muebles?, preguntó el turista. 

-¿Dónde están los tuyos?, replicó Hofetz. 

-¿Los míos?, pero si yo sólo soy un visitante... estoy aquí de paso.

-“Lo mismo que yo, dijo el sabio rabino".

El despego a las cosas de este mundo, es una cualidad de los que saben que estamos acá de paso y son libres sin aferrarse a nada. Si apreciamos más las riquezas celestiales en Cristo Jesús, vivimos con una esperanza viva: “Lo mejor está por venir”. Nuestra ciudadanía está en el cielo, eso es mucho más valioso, que las requisas de este mundo. Vivir sencillamente como peregrino, es vivir profundamente en las cosas venideras del futuro. Pronto nos iremos a nuestra Patria Celestial. ¡Somos peregrinos! Este maestro chino, dijo: “Avanzamos mucho cuando caminamos ligeros de equipaje.” 

 En Filipenses 3:20, dice: “Más nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.” Mientras vivimos en esta tierra habrá dificultades en el camino. Pero, en nuestra lucha diaria, no estamos solos. A nuestro lado va Jesucristo, como dijo en Mateo 28:20: “… He aquí Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

Imagen relacionadaMientras que estamos peregrinando en este mundo, en segunda Corintios 4:8ss. dice: “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, más no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos… Porque nosotros que vivimos siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.” ¡Qué palabras misteriosas, de una persona que escribe así!

Efectivamente, el cristiano es una extraña criatura: Oprimido, y sin embargo triunfante; atribulado, y no obstante gozoso; pobre, pero al mismo tiempo inmensamente rico; pecador, y simultáneamente absolutamente santo y justo; humilde y sin embargo glorioso; un peregrino en la tierra, ¡pero armado de una ciudadanía celestial!

Para el Apóstol Pablo, “el sol no sale sino después de anochecer”, y cuando oscurece aquí en la tierra, el creyente se alza a la luz del Paraíso celestial. Es un peregrino en la tierra, pues su verdadera vida está en el cielo. Pertenece a una vida superior a lo que vivimos en esta vida lleno de maldad; el corazón del cristiano vive con la mirada espiritual, en su verdadera patria.

Dice: “Nuestra ciudadanía está en los cielos.” No dice “estará en los cielos.” Ya, ahora pertenecemos a la ciudadanía celestial. San Pablo sabe que ahora, mientras aún vive en esta tierra, es un ciudadano del cielo. Y este conocimiento es un tesoro tan grande, que causa una felicidad indescriptible.

Uno bien puede preguntarse ¿de dónde obtuvo el apóstol Pablo esa maravillosa fe? El apóstol “conoció a Jesucristo”, eso es todo el secreto. Cuando estaba en las tinieblas con el nombre de Saulo de Tarso no conocía, después de conocer, se convirtió en el gran Apóstol Pablo, porque tuvo un encuentro personal con Jesucristo…

Imagen relacionadaEl Señor había venido para comunicar esa certeza, dijo para eso “salí del Padre, y he venido al mundo…” (Juan 16:28). Dijo también: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.” (Juan 14:2). Y cuando le preguntaron por el camino a ese lugar, Él les respondió: “¡Yo soy el camino, y la verdad, y la vida! ¡Nadie viene al Padre, sino por Mí!” Además, cuando alguien le pidió: “¡Muéstranos al Padre!” (Juan 14:8), esa sublime persona, Jesús, le respondió: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

Por su misericordia los ciegos obtuvieron la vista, los sordos volvieron a oír, los mudos a hablar, y los muertos se levantaron de sus tumbas; Él echó fuera demonios, perdonó pecados, dominó las fuerzas de la naturaleza, y finalmente rompió los lazos de la misma muerte y resucitó con un cuerpo glorificado. Hace pocos días atrás hemos recordado la muerte y pasión de Jesucristo.

Después de conocer a su Señor y Salvador, el apóstol Pablo estuvo en condiciones de pronunciar estas hermosas palabras: “Nuestra ciudadanía está en los cielos.” Él sabía que había obtenido la adopción de ser hijo de Dios, por medio de Cristo y al mismo tiempo la ciudadanía Celestial… ¿Y qué quiere decir para nuestros tiempos? Quiere decir que, todos los que hemos entregado nuestras vidas a Cristo, también tenemos la misma gracia y la misma ciudadanía celestial; hemos sido redimidos por la sangre del Hijo de Dios, para tener la vida eterna.

Puede ser que en este momento, no sientas nada de esta gloriosa ciudadanía celestial. Está profundamente oculta y cubierta por toda la miseria de esta vida. Pero “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” (Colosenses 3:3), y así está segura y está bien resguardada hasta el día de la resurrección. Si el camino es áspero y está lleno de espinos, recordemos que somos peregrinos caminando hacia nuestra casa. Tenemos muchos amigos que peregrinan con nosotros. Y sobre todo, está nuestro gran amigo Jesucristo.

Todos los que creen en Dios, los que se han arrepentido y reconciliado, por medio de nuestro Señor Jesucristo son justificados e hijos amados de Dios (Romanos 4:5); Todos somos amados por Dios, por medio de su Hijo Jesucristo. Como la mujer pecadora (Lucas 7:37ss.) como el ladrón en la cruz a la derecha de Jesús (Marcos 15:27), como el apóstol Pablo y otros cristianos que aceptaron el camino de Dios, somos “conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.” Amén.

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