SOMOS FORASTEROS
SOMOS FORASTEROS
En el
siglo pasado un turista visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim. Se quedó
asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una
habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y
una banqueta.
-Rabino,
¿Dónde están tus muebles?, preguntó el turista.
-¿Dónde
están los tuyos?, replicó Hofetz.
-¿Los
míos?, pero si yo sólo soy un visitante... estoy aquí de paso.
-“Lo
mismo que yo, dijo el sabio rabino".
El
despego a las cosas de este mundo, es una cualidad de los que saben que estamos
acá de paso y son libres sin aferrarse a nada. Si apreciamos más las riquezas celestiales
en Cristo Jesús, vivimos con una esperanza viva: “Lo mejor está por venir”.
Nuestra ciudadanía está en el cielo, eso es mucho más valioso, que las requisas
de este mundo. Vivir sencillamente como peregrino, es vivir profundamente en
las cosas venideras del futuro. Pronto nos iremos a nuestra Patria Celestial. ¡Somos
peregrinos! Este maestro chino, dijo: “Avanzamos
mucho cuando caminamos ligeros de equipaje.”
Mientras que estamos peregrinando en
este mundo, en segunda Corintios 4:8ss. dice: “Estamos atribulados en todo, mas
no angustiados; en apuros, más no desesperados; perseguidos, mas no
desamparados; derribados, pero no destruidos… Porque nosotros que vivimos siempre
estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.” ¡Qué palabras misteriosas,
de una persona que escribe así!
Efectivamente, el cristiano es una
extraña criatura: Oprimido, y sin embargo triunfante; atribulado, y no obstante
gozoso; pobre, pero al mismo tiempo inmensamente rico; pecador, y
simultáneamente absolutamente santo y justo; humilde y sin embargo glorioso; un
peregrino en la tierra, ¡pero armado de una ciudadanía celestial!
Para el Apóstol Pablo, “el sol no sale
sino después de anochecer”, y cuando oscurece aquí en la tierra, el creyente se
alza a la luz del Paraíso celestial. Es un peregrino en la tierra, pues su
verdadera vida está en el cielo. Pertenece a una vida superior a lo que vivimos
en esta vida lleno de maldad; el corazón del cristiano vive con la mirada
espiritual, en su verdadera patria.
Dice: “Nuestra ciudadanía está en los
cielos.” No dice “estará en los cielos.” Ya, ahora pertenecemos a la
ciudadanía celestial. San Pablo sabe que ahora, mientras aún vive en esta tierra,
es un ciudadano del cielo. Y este conocimiento es un tesoro tan grande, que
causa una felicidad indescriptible.
Uno bien puede preguntarse ¿de dónde
obtuvo el apóstol Pablo esa maravillosa fe? El apóstol “conoció a Jesucristo”, eso es todo el secreto. Cuando estaba en
las tinieblas con el nombre de Saulo de Tarso no conocía, después de conocer, se
convirtió en el gran Apóstol Pablo, porque tuvo un encuentro personal con
Jesucristo…
El Señor había venido para comunicar esa
certeza, dijo para eso “salí del Padre, y he venido al mundo…”
(Juan 16:28). Dijo también: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay;
si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros.” (Juan 14:2). Y cuando le preguntaron por el camino a ese
lugar, Él les respondió: “¡Yo soy el camino, y la verdad, y la vida!
¡Nadie viene al Padre, sino por Mí!” Además, cuando alguien le pidió: “¡Muéstranos
al Padre!” (Juan 14:8), esa sublime persona, Jesús, le respondió: “El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Por su misericordia los ciegos
obtuvieron la vista, los sordos volvieron a oír, los mudos a hablar, y los
muertos se levantaron de sus tumbas; Él echó fuera demonios, perdonó pecados,
dominó las fuerzas de la naturaleza, y finalmente rompió los lazos de la misma
muerte y resucitó con un cuerpo glorificado. Hace pocos días atrás hemos
recordado la muerte y pasión de Jesucristo.
Después de conocer a su Señor y
Salvador, el apóstol Pablo estuvo en condiciones de pronunciar estas hermosas
palabras: “Nuestra ciudadanía está en los cielos.” Él sabía que había
obtenido la adopción de ser hijo de Dios, por medio de Cristo y al mismo tiempo
la ciudadanía Celestial… ¿Y qué quiere decir para nuestros tiempos? Quiere
decir que, todos los que hemos entregado nuestras vidas a Cristo, también tenemos
la misma gracia y la misma ciudadanía celestial; hemos sido redimidos por la
sangre del Hijo de Dios, para tener la vida eterna.
Puede ser que en este momento, no
sientas nada de esta gloriosa ciudadanía celestial. Está profundamente oculta y
cubierta por toda la miseria de esta vida. Pero “nuestra vida está escondida con
Cristo en Dios.” (Colosenses 3:3), y así está segura y está bien
resguardada hasta el día de la resurrección. Si el camino es áspero y está
lleno de espinos, recordemos que somos peregrinos caminando hacia nuestra casa.
Tenemos muchos amigos que peregrinan con nosotros. Y sobre todo, está nuestro
gran amigo Jesucristo.
Todos los que creen en Dios, los que se han
arrepentido y reconciliado, por medio de nuestro Señor Jesucristo son
justificados e hijos amados de Dios (Romanos 4:5); Todos somos amados por Dios,
por medio de su Hijo Jesucristo. Como la mujer pecadora (Lucas 7:37ss.) como el
ladrón en la cruz a la derecha de Jesús (Marcos 15:27), como el apóstol Pablo y
otros cristianos que aceptaron el camino de Dios, somos “conciudadanos de los
santos, y miembros de la familia de Dios.” Amén.
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