LA HUMANIDAD SIN CORAZÓN


LA HUMANIDAD SIN CORAZÓN

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Cuando habla del carácter y señales de los hombres, de los últimos días, la Palabra de Dios, dice: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes…” (2 Timoteo 3:1-5). “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.” (Mateo 24:12). Vemos con tristeza la fuerza de la maldad que va en aumento.

Cuando era pequeño, un día me fui de casa por miedo al castigo desconsiderado de mi padre. Estuve fuera de ellos casi un año, pasé por tremendos sufrimientos. Un niño de ocho a nueve años, necesita el cariño, el calor de un hogar y amor de los padres… Volver a casa, se convirtió en un deseo muy anhelado, mi alegría era ver a mi madre, al mismo tiempo tenía miedo, al recordar en el castigo de mi padre... Pasé frio, hambre y peligro de muerte.

Decidí regresar, lo lamentable es que pasó lo que temía. Mi padre me recibió con descomunal castigo corporal… Esa noche me acurruqué a lado de mi madre y fui vencido con el cansancio y el sueño. No sé cuánto tiempo dormí, me hizo despertar las pesadillas del brutal castigo, del anterior día… Alguien me acariciaba el rostro y mis cabellos dulcemente. Era mi madre.

-Todo está bien, hijo – susurró a mis oídos con ternura – estoy a tu lado, vas a estar bien, no te dejaré más.

Esta es la verdad más hermosa de todos los tiempos. Tú también ya corriste demasiado, ya sufriste, ya lloraste. Ya te heriste los pies en la arena caliente del desierto de esta vida. “Todo está bien, hijo”, te dice Jesús. “Llegó la hora, estás a mi lado, vas a estar bien, no te dejaré más. ¿Aceptarás esta invitación? La respuesta es solo tuya.

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Aun como cristianos, necesitamos de la presencia constante de Dios, cada momento de nuestra vida anhela; vasta que descuidemos un momento, nuestro viejo hombre quiere  revivir al mal, con las artimañas y maldades, que antes estaba acostumbrado. Todos los días peleamos con nosotros mismos, con nuestro viejo hombre: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos.” (Efesios 4:22). Cuando acudimos a nuestro Salvador, tenemos nuestra ayuda oportuna y refugio inmediato.

¿Por qué la humanidad procede de ese modo? Porque el corazón del hombre está vacío, necesita llenar con el amor y paz de nuestro Señor Jesucristo. Sin este amor, para ellos es natural actuar mal. En la oscuridad, no hay remordimiento, ni arrepentimiento; muchas veces, se complacen en hacer mal. Sólo Dios sabe lo que buscan, en su carrera loca tratando de encontrarle un sentido a las cosas, se hiere a sí mismo y lastima a otros, sin importarle que esos otros sean, muchas veces, las personas que más ama.

El problema del ser humano en su loco y desesperado corazón, es buscar el sentido de la vida. Buscan en todas partes la paz en su corazón y no la encuentran, se embarran más y más en la desesperación… La educación puede barnizar el comportamiento de estas personas. Puede enseñarle a disfrazar sus intenciones. Puede llevarlo a vestir camisa blanca y corbata, pero no puede transformar su corazón. Continuará siendo deshonesto y egoísta sin Cristo. Por detrás de sus discursos inflamados en valor de la paz, están ocultos el egoísmo y la venganza. La palabra de Dios, dice: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre nosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? (Santiago 4:1).

Sólo Jesús es capaz de transformar el corazón humano. Solo Él puede maniobrar el timón del corazón rebelde del hombre, al camino correcto de la vida… Nuestro Señor Jesucristo, no trabaja por fuera. Su obra empieza dentro, donde están las raíces, en el mismo corazón del hombre: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne.” (Ezequiel 11:19).

A lo largo de mi vida, he visto la transformación que Jesucristo ha hecho, en la vida de muchas personas que lo aceptaron como su Salvador. Por eso, para Jesús no existen casos imposibles: “Porque nada hay imposible para Dios.” (Lucas 1:37). Para Él no hay nadie que no pueda ser recuperado y restaurado. La palabra de Dios, dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17).

El Cristo maravilloso que llegó a mi vida, en la hora de mi agonía, puede entrar en tu corazón si le permites. Lee lo que Jesús te dice, en Mateo 11:28: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” Dios nos ama, por amor entregó  a su único Hijo, para morir en la cruz, por cada uno de nosotros: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16).

La vida sin Cristo es una vida agobiante. El cansancio del espíritu, que las personas llaman depresión, se ha convertido en la enfermedad que destruye muchas vidas sin matarlas. En los últimos tiempos le hemos dado un nombre más sofisticado (depresión). Pero, sigue siendo la falta de sentido de las cosas, el cansancio de estar vivo.

Y ahora viene Jesús y te dice: “Ven a mí.” Y te ofrece descanso y paz. ¿No es eso lo que tanto deseamos? Él nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27). ¿Qué decisión tomamos? Mi persona ya lo tomó la decisión más correcta, que jamás había tomado en la vida. Y ¿Tú qué harás? La respuesta es tuya.

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“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es...”


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