LA ENTRADA TRIUNFAL
LA ENTRADA TRIUNFAL
Estamos en los días más maravillosos de
la historia de la humanidad, recordamos la muerte de nuestro Salvador
Jesucristo, la pasión dolorosa por los pecados de cada uno de nosotros. Si
trasladamos nuestra mirada a esa época, seguramente vamos a entender lo que
pasó, con la muerte de nuestro Salvador… Los días más críticos de la vida de
Jesucristo, comienza con “Domingo de Ramos”, la entrada triunfal a Jerusalén.
¿Has ido a pasear alguna vez al campo? Seguramente
has visto a esos animalitos tranquilos por el camino, llamados “Burros”. Estos
animales son muy mansos y tranquilos, normalmente están parados a la orilla del
camino, pareciera que tienen mucha flojera, cuando caminan lo hacen
pesadamente. Muchas veces en el viaje te encuentras con ellos en medio del camino, tocas
bocina, y estos animalitos no se mueven, solo giran su cabeza a un lado, a veces hay que bajar del vehículo para empujarlos y salgan del camino.
La actitud despreocupada de
este animal me hace reflexionar en los tiempos de la antigua ciudad de
Palestiana donde ellos cumplían el rol como uno de los más importantes medios
de trasporte, portando cargas pesadas y caminando largas distancias acompañado de
los hombres.
Un burro en particular
recordado por la historia de la antigua Jerusalén, fue el burro que montó
Jesucristo en la entrada triunfal a Jerusalén “el tradicional Domingo de ramos.” Esta acción demuestra la
humildad y el corazón lleno de amor de nuestro Salvador Jesucristo.
Al elegir un humilde burrito que se convirtió en un
personaje significativo, al ser el único animal de todas las especies que cargó a su Creador, hace más de
2.000 años atrás, en su entrada triunfal a Jerusalén, la ciudad santa del
pueblo de Dios. En esa época, para la batalla, los soldados utilizaban caballos
como señal de poder. No utilizaban a los burritos, porque era señal de humildad.
Por eso quien venía montado en un burrito era una persona más humilde de la
comarca y nuestro Salvador escogió a este animal apacible.
Al ver la humildad de Jesús, la multitud
se conmovió, tendían sus mantos en el camino delante de Él, mientras se
escuchaba gritos y cantos de alabanzas. Con palmas en las manos decían con
alegría: “… ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de
Israel!” (Juan 12:12-19) De esta manera, Jesús, el Hijo de Dios,
entraba a la misma ciudad donde días más tarde lo condenarían a muerte y lo
crucificarían, ofrendaría su vida en un macabro sacrificio, por amor a nosotros
(Juan 3:16).
Los profetas cientos de años atrás ya habían
escrito, de lo que estaba sucediendo. Zacarías dijo: “Alégrate mucho, hija de Sion; da
voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu Rey vendrá a ti, justo y salvador,
humilde, y cabalgando sobre un asno…” (Zacarías 9:9). Al entrar a la
ciudad, montado sobre el burro, el Rey de los cielos y la tierra, estaba dando
a entender el mensaje de paz y humildad, mensaje esperanzador para toda la
humanidad. (Juan 14:27)… De esa manera comenzaba su peregrinaje hacia la cruz,
humillándose hasta la muerte, para restaurar las relaciones rotas entre Dios y
el hombre.
¡En la entrada triunfal de Jesús, no hubo lágrimas! Cuando los niños pequeños
gritaban: "¡Hosanna!", no habían perdido a sus padres en la batalla.
Cuando los hombres y las mujeres clamaban: "¡Bendito el que viene en el
nombre del Señor!", no tenían motivo para gritar con dolor o aliento
entrecortado, o para estropear sus gozos con el recuerdo de la desgracia.
No, en Su reino solo hay un gozo puro y sin mezcla de dolor… ¡Gritemos, con alegría, quienes somos seguidores del Rey Jesús! Podríamos tener aflicciones, pero esas aflicciones no vienen de Jesús. Podríamos enfrentar con muchos problemas, pero no vienen de Él. El Salvador nos trae paz, una perfecta libertad. Sus caminos son caminos de gozo y deleite.
Vengan a Él, la invitación está hecha,
el Señor te dice hoy: “Venid a mi… Yo les haré descansar.”
(Mateo 11:28). ¿Qué respuesta darás tú? El Señor ha venido: “… a buscar
y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19:10). ¡La respuesta te
dejo a ti!... Amén
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