LUZ EN EL CAMINO

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LUZ EN EL CAMINO

 Cuando hablamos de “luz en el camino”, estamos refiriéndonos a esa luz que nos alumbra, en medio de la oscuridad, de nuestro diario andar... Cuenta una anécdota, que había una vez, hace cientos de años, en una ciudad del Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice…

-¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves... Entonces, el ciego le responde: 

– Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí…

Qué buena anécdota, para poner como ilustración a lo que quiero referirme en esta oportunidad. En Salmos 119:105, dice: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.” La lámpara sirve para ver el camino en la oscuridad, cuando andamos en luz, los obstáculos se ven claramente. Cuando dice que la palabra de Dios es lámpara a nuestros pies, está refiriéndose que hay muchos que andan a tientas y necesitan esa luz para ver el camino correcto y no caer en algún lugar feo y sufrir el dolor.

Piensa, qué crueles somos con nosotros mismos; negamos a nuestras almas la divina luz de la Palabra de Dios. El Señor, por su misericordia nos ha dado su palabra, como un medio visible para que seamos alumbrados y ver los obstáculos en el camino de nuestra vida. Por medio de ella, vemos con claridad los obstáculos, cómo el mundo y el diablo  nos ponen trampas en nuestro camino.
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Nosotros despreciamos la bendita luz, pisoteamos esas hermosas perlas de gran valor. Dejamos transcurrir todo el día, sin nutrir nuestras almas con ella, ni siquiera un poquito alimentamos, con el pan espiritual del día. Dejamos pasar toda la semana, nuestra alma va agonizando sin alimento espiritual.

Alguna vez tratamos de leer apresuradamente la Biblia, pero nuestros corazones y mentes están en otras cosas y llenos de cosas mundanas. Y al no obtener provecho de la lectura, sacamos conclusiones apresuradas, considerando que la Biblia es un libro aburrido... Nuestro corazón necesita silencio y tranquilidad para recibir y nutrirnos con la palabra de Dios.

El problema es la gran cantidad de cosas terrenales, los afanes, las riquezas y los placeres de la vida, que son como espinas que ahogan la planta de la fe, como lo explica el Señor, en la parábola del Sembrador: “La que cayó entre espinas, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.” (Lucas 8:14).

Placeres, comodidad, preocupaciones y obligaciones, nos quitan la bendición de Dios… Para el alma cautivada por el diablo, estas cosas son más importantes que los tesoros celestiales. Unos dicen: “Por el trabajo no tengo tiempo para estudiar la Biblia.” Actúan como si para siempre van a vivir en esta vida, por eso lo terrenal y lo temporal valen más. Para chatear por el celular, ver la tele o compartir con amigos, hay tiempo; pero para Dios, no hay tiempo. Lo espiritual y eterno se puede descuidar y poner en segundo plano, lo temporal vale más. ¿Hasta qué punto puede llegar el ser humano con su creador?

Además, por la incredulidad de nuestro corazón, no recibimos las bendiciones de Dios, porque, no nos interesamos por los bienes celestiales. Preferimos otras cosas y actividades temporales, que las preciosas bendiciones de Dios. ¡Qué terrible desprecio a Dios con esta actitud! ¿Verdad? Tenemos la oportunidad de comunicarnos con nuestro amado salvador, que quiere colmarnos de bendiciones, y sin embargo decimos que no tenemos tiempo para ello. Pero sí tenemos tiempo para hablar de una y mil cosas con otras personas.

Es necesario trabajar, de eso vivimos. Pero, ¿no podemos tomar unos quince minutos para leer y comunicarnos con Dios, de las veinte cuatro horas del día? El trabajo, al que le dedicamos tanto empeño, no podrá ayudarnos en las peores angustias de nuestra alma; en cambio, la palabra de Dios siempre estará para ayudarnos. Por lo tanto, no la menosprecies.

Si descuidas la palabra de Dios, el nuevo hombre en tu interior se irá debilitando día tras día. Tu fe se irá apagando; tu temor a Dios y los frutos del Espíritu, irán desapareciendo. Entonces comenzarás a perder el control sobre tus debilidades y a ser derrotado por las tentaciones. Pero, ¿cómo podrías esperar algo diferente, si descuidas comunicarte con Dios? La palabra de Dios y la experiencia nos enseña que el ser humano no puede vencer al mal con sus propias fuerzas, sin la ayuda de Dios.

Imagen relacionadaApreciado lector, desecha la confianza en tu propia opinión, la cual está profundamente arraigada en tu corazón. Y arrójate a los pies de Cristo, tal como eres, con todos tus defectos. Entonces experimentarás que “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.” (Romanos 5:20). Y esa sobreabundante gracia cambiará tu corazón de tal manera, que perderás el gusto por las cosas malas que antes te mantenían cautivo. Las cosas buenas que anteriormente te aburrían, se convertirán en tu deleite. La palabra de Dios, dice: “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno…” (Isaías 55:2-3).

En Juan 1:4-5, habla de esa luz, cada año en la Navidad recordamos la llegada de esa luz a este mundo, dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” En esa lámpara, la luz que nos alumbra es Cristo mismo. Por eso, utiliza la Lámpara (La Biblia), para que te alumbre Cristo en tu camino, no te faltará nada para tu salvación y tendrás eterna bienaventuranza. Cambiará completamente tu vida. Serás una persona de bendición para tu familia y la sociedad donde vivimos: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). Amén.


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