NUESTRO ÚNICO CONSUELO
NUESTRO ÚNICO CONSUELO
Cuenta una historia muy conmovedora, Juana
de 34 años de edad, ella muy fiel a Dios, tenía en mente hacer muchas cosas
para servir al Señor. Porque, ella amaba a Dios y muchas veces fallaba y se
decepcionaba de ella misma. Había escuchado prédicas, que decía: “Agárrate
fuerte de las manos de Dios.” Intentaba no cometer ningún error, pero era
imposible.
Después se enfermó, detectaron una
enfermedad incurable. Trataba de sobrellevar su enfermedad, algunas veces quedaba
sin fuerzas, entonces venía el desánimo, hasta perdía las ganas de vivir…
En su sufrimiento descubrió, algo que
llamó la atención. Se había dado cuenta, que no podía más resistir con sus
propias fuerzas, necesitaba que alguien lo sostenga… Después que falleció, su mamá
da testimonio y dice: Antes de morir la oración de mi hija, fue: “Jesús, mi
Salvador, no tengo fuerzas para agarrarme. Me canso muy rápido. Agárrame Tú, de
mis manos, hasta que llegue a tu presencia.”… Y dice su mamá: “Desde ese
momento, mi hija, sonreía y se fue en paz.”
Normalmente cambiamos el orden de las
escrituras. Sabemos que nuestras vidas dependen de Dios. El consuelo, la
fortaleza y el ánimo para enfrentar en la vida provienen del hecho de que
pertenecemos a Cristo. Esto no debe cambiarse. No es que Él nos pertenece a
nosotros, sino que, nosotros le pertenecemos a Él. Nuestro consuelo no se
deriva de aferrarnos a Él. Somos débiles muchas veces nos desanimamos. Nuestro
consuelo consiste en que nos tiene tomados de nuestra mano, por amor y que
jamás nos suelta: “… Estaré contigo; no te dejaré, ni te
desampararé.” (Josué 1:5).
Dios está en nuestro favor. Ha hecho
grandes sacrificios para rescatarnos. Por cada uno de nosotros dio un rescate
muy costoso. Si hizo tal cosa, ¿Crees que nos va a abandonar? ¡Jamás nos
abandonará! Porque somos comprados con precio, a Dios le costó sacrificar a su
único Hijo. Somos comprados con la sangre preciosa que ha derramado en la cruz.
Dios jamás nos deja solos, en nuestro
sufrimiento. Hay amenazas de tribulación y persecución y desnudez y peligros,
etc., etc. Estas fuerzas, algunas veces visibles y otras veces invisibles,
pueden interrumpir nuestra tranquilidad en cualquier momento. Pero, el Señor
nos promete estar a nuestro lado, hasta el fin del mundo (Mateo28:20).
Por eso, en estos cambios e
incertidumbres de la vida, tenemos nuestra mirada espiritual puesto en el autor
y consumador de la fe, “Jesucristo” (Hebreos 12:2) y de esa manera tenemos un
gran consuelo: Nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro; el que
murió pero también resucitó (Romanos 8:35).
Después de todo lo que hizo por mí, en
la cruz y en la tumba, no me abandonará. ¡Porque Él vive! Puedo estar seguro de
que nada ocurrirá sin su voluntad y que todas las cosas cooperan juntas para mi
bien: “Y sabemos a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…”
(Romanos 8:28).
¡Qué bonita
noticia! ¿Verdad? Si no ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, hoy es una
bonita oportunidad para hacerlo. Recuerde que, tomados de las manos del
Salvador, emprendemos el maravilloso camino hacia el crecimiento personal y
espiritual. No se arrepentirá de tomar esta decisión. Sin Él no podremos hacer
nada (Juan 15:5).
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