NUESTRA ÚNICA ESPERANZA
NUESTRA ÚNICA ESPERANZA
Una hermosa niña de quince años se
enfermó repentinamente, quedando casi ciega y paralizada. Un día escuchó al
médico de cabecera, mientras le decía a sus padres: -Pobre niña; por cierto que
ha vivido ya sus mejores días.
-No, doctor –exclamó la enferma-, mis
mejores días están todavía en el futuro. Son aquellos en los cuales contemplaré
al Rey en su hermosura.
Esa es nuestra esperanza. No seremos
destruidos. Cristo resucitó de entre los muertos como garantía de que nosotros
también resucitaremos. La resurrección es el gran antídoto, contra el temor de
la muerte. Nada puede reemplazarla. Las
riquezas, la profesión, los placeres mundanales, no nos pueden traer consuelo
en la hora de nuestra muerte.
En el versículo 3, de 1 Pedro capítulo
1, dice: “… nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de
Jesucristo.” Si leemos las cartas de Pedro, nos damos cuenta que vivían
en la desesperación. Sufrían amarga persecución y diversas pruebas por su
lealtad a Cristo. Pedro no podía prometerles que las cosas mejorarían, pero sí
podía asegurarles que en medio de sus sufrimientos Dios los sostendría. Pedro,
les escribió de una esperanza viva, basada en la resurrección de Jesucristo.
Pedro podía decir estas cosas por experiencia
propia. A pesar de claras advertencias de Jesús, había negado a su Maestro.
Cuando Jesús lo miró en el patio de su juicio, el corazón de Pedro fue
quebrantado totalmente, cayó en lágrimas. Había fracasado y todo su llanto no
podía borrar ese sentido de desesperación. A pesar de eso, Jesucristo no le
abandonó. El día de la resurrección, conmovido por la misericordia, Jesús fue a buscar a Pedro y en ese momento de
la reconciliación, renació a una viva esperanza por el Cristo resucitado (Juan
21:15-17).
Hoy en día, Cristo nos está buscando, si
corremos a los pies de Jesús como Pedro, renacemos a la nueva esperanza, que un
día resucitaremos a una vida nueva. Tenemos esperanza de salvación, desde el
momento que decidimos ser parte de Él. Porque Jesucristo fue resucitado para
nuestra justificación y es ahora nuestro compañero viviente. Tenemos también
esperanza para el futuro porque tenemos “una herencia incorruptible, reservada
en los cielos” (1 Pedro 1:4).
Si esperamos en las cosas de este mundo,
la esperanza se desvanece. Todo en este mundo es
pasajero. La esperanza en el Señor permanece todos nuestros días. No debemos
olvidar, nuestra esperanza está basado en Dios. Somos forasteros en este mundo,
esperamos que un día no muy lejano, nos iremos a ese lugar, donde Cristo está
preparando lugar para cada uno de nosotros. Él dijo: “No se turbe vuestro corazón;
creéis en Dios, creed también en mi… voy, pues, a preparar lugar para vosotros…
vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros
también estéis.” (Juan 14:1-3). Amén.
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